Liev Nikoláievich Tolstói - Лéв Николáевич Толстóй |
¿Conocéis el cuento de Tolstói «Cuánta tierra necesita un hombre»? Trata de
un campesino, Pajom, que vive dominado por el deseo creciente de poseer más y
más tierras de cultivo. Su afán hace que a la larga se gane la enemistad de sus
paisanos y, en parte por esta malevolencia y en parte por su propia ambición,
acaba marchando a otro pueblo.
En todo momento sus cosechas han sido buenas y siempre al comienzo de cada
nueva empresa se siente feliz, pero tarde o temprano termina sufriendo una punzada
de insatisfacción que lo empuja a aumentar sus propiedades.
Un día un viajero le informa que en el lejano país de los bashkiria —una gente sencilla y feliz que vive del pastoreo— puede conseguir mucha más tierra que la que está a punto de comprar con el dinero que tiene ahorrado.
Sin tardanza, Pajom emprende el largo viaje hacia aquella región. Cuando llega, los bashkiria, al verlo, lo acogen con grandes muestras de hospitalidad. Después de obsequiarles con unas cuantas bagatelas, Pajom les expresa su deseo de conseguir tierras y cuando ya están a punto de regalarle toda la que quiera, llega su jefe, quien, después de enterarse de su pretensión, le dice que puede adquirir toda la tierra que quiera pero al precio de mil rublos al día.
Un día un viajero le informa que en el lejano país de los bashkiria —una gente sencilla y feliz que vive del pastoreo— puede conseguir mucha más tierra que la que está a punto de comprar con el dinero que tiene ahorrado.
Sin tardanza, Pajom emprende el largo viaje hacia aquella región. Cuando llega, los bashkiria, al verlo, lo acogen con grandes muestras de hospitalidad. Después de obsequiarles con unas cuantas bagatelas, Pajom les expresa su deseo de conseguir tierras y cuando ya están a punto de regalarle toda la que quiera, llega su jefe, quien, después de enterarse de su pretensión, le dice que puede adquirir toda la tierra que quiera pero al precio de mil rublos al día.
—¿Al día? ¿Qué tipo de medida es esa? ¿A qué superficie corresponde? —pregunta
Pajom.
El jefe de la tribu le contesta que es toda la tierra que quepa en el
rectángulo que delimiten sus pasos durante todo un día. Ahora bien, hay una
condición, si al esconderse el sol detrás del horizonte no ha conseguido volver
al punto de partida, lo perderá todo.
Al día siguiente, con los primeros rayos del sol, comienza a caminar y
consigue abarcar mucho del terreno más fértil que nunca haya visto, pero su
talante codicioso le hace avanzar más y más, siempre empujado por la punzada de
la insatisfacción. Cuando parece que ya es hora de iniciar el retorno, siempre
hay algo que le empuja a seguir avanzando, aunque sufra un calor insoportable.
Cuando llega el atardecer, Pajom se da cuenta de que ha medido mal el tiempo y que quizá no llegará al punto de partida antes de la puesta de sol. Entonces corre y corre, sudoroso, la boca seca y el corazón latiendo con violencia. Al llegar por fin donde le espera el jefe de los bashkiria, cae primero de rodillas y luego boca abajo, al tiempo que lanza un chorro de sangre por la boca.
Cuando llega el atardecer, Pajom se da cuenta de que ha medido mal el tiempo y que quizá no llegará al punto de partida antes de la puesta de sol. Entonces corre y corre, sudoroso, la boca seca y el corazón latiendo con violencia. Al llegar por fin donde le espera el jefe de los bashkiria, cae primero de rodillas y luego boca abajo, al tiempo que lanza un chorro de sangre por la boca.
Lo enterrarán en una zanja, apenas dos metros de tierra: eso es todo lo que
al final ha podido conseguir al precio de malgastar su vida hasta perderla.
El mensaje de Tolstói es claro y sencillo: para disfrutar de la existencia,
hay que vivir de una manera austera, con sobriedad, ya que la codicia nos hace
malvivir.
Yo comparto su criterio. Si me permitís hacer un juego de palabras, os diré que soy partidario de una economía basada en hacer economías, es decir, en evitar el desbaratamiento de las riquezas. Y la principal riqueza de una persona es el hecho de vivir en plenitud. Si nos dejamos llevar por un afán desmedido de «mejorar económicamente», quizá no moriremos de manera trágica como el protagonista del cuento, pero sí que pondremos en peligro nuestra salud física y emocional de manera irreversible.
Y no he dicho por el afán de enriquecernos, sino por el de «mejorar económicamente», porque ahora mismo enriquecerse en un sentido material resulta impensable. El Sistema que desde hace décadas nos animaba a trabajar para consumir y consumir y ser felices consumiendo sin moderación, ahora quiere que nos conformemos con la austeridad que nos ha impuesto. Nos malearon en nombre del dogma del crecimiento económico ilimitado y ahora nos quieren hacer creer que la precariedad y la pobreza de las clases sociales populares son inevitables.
Yo comparto su criterio. Si me permitís hacer un juego de palabras, os diré que soy partidario de una economía basada en hacer economías, es decir, en evitar el desbaratamiento de las riquezas. Y la principal riqueza de una persona es el hecho de vivir en plenitud. Si nos dejamos llevar por un afán desmedido de «mejorar económicamente», quizá no moriremos de manera trágica como el protagonista del cuento, pero sí que pondremos en peligro nuestra salud física y emocional de manera irreversible.
Y no he dicho por el afán de enriquecernos, sino por el de «mejorar económicamente», porque ahora mismo enriquecerse en un sentido material resulta impensable. El Sistema que desde hace décadas nos animaba a trabajar para consumir y consumir y ser felices consumiendo sin moderación, ahora quiere que nos conformemos con la austeridad que nos ha impuesto. Nos malearon en nombre del dogma del crecimiento económico ilimitado y ahora nos quieren hacer creer que la precariedad y la pobreza de las clases sociales populares son inevitables.
No confundamos, pues, la austeridad voluntaria y feliz, la sobriedad
aplicada a la vida cotidiana de una persona, con la falsa austeridad que
predican y aplican ciertos economistas y políticos. No podemos llamar
austeridad a la imposición de unas medidas que implican un expolio a favor del
capitalismo financiero y un ataque contra los derechos sociales inalienables de
la ciudadanía: los derechos a la vivienda, la salud, la educación, la
alimentación sana, la protección social y un trabajo digno.
Creo que hay una gran diferencia entre nuestro contexto y el del cuento de
Tolstói: mientras que Pajom es víctima de su propia codicia, nuestra sociedad
es y ha sido víctima inocente de la codicia de los financieros y sus cómplices.
Debemos luchar contra la precariedad que nos acosa, que afecta sobre todo a las generaciones más jóvenes, condenadas ya a la pobreza. Debemos luchar al lado de las personas aún más desfavorecidas que nosotros, sin reservas o restricciones.
Debemos luchar contra la precariedad que nos acosa, que afecta sobre todo a las generaciones más jóvenes, condenadas ya a la pobreza. Debemos luchar al lado de las personas aún más desfavorecidas que nosotros, sin reservas o restricciones.
Y, al mismo tiempo, sin renunciar al derecho al bienestar, que forma parte
de los derechos humanos, debemos buscar caminos para volver a vivir en armonía
con nuestra propia naturaleza, es decir, con la Naturaleza.
Jorge F. Fernández Figueras
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