Creamos instrumentos metafísicos, estructuras socializantes, para hacer más fácil la convivencia, pero esas estructuras adquieren existencia propia y desencadenan efectos imprevistos, contraproducentes, no deseados, que nos hacen más compleja, más difícil, la vida, la convivencia.
Entonces se hace preciso reformarlas, crear nuevas estructuras, estructuras que inexorablemente originan nuevas y mayores complejidades, que nos instrumentalizan y nos hacen sentir cada vez más presos en un mecanismo que progresa hacia un orden sobrehumano que acrecienta nuestra angustia.
Añoramos entonces la simplicidad de la antigua anarquía, de una edad dorada, ignota, pero intuida.
Sólo ante la muerte comprendemos: la armonía del caos, la simplicidad de lo complejo.
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