Xavier Sala i Martín |
EL ÚNICO que aplaudía
¿Conocéis
la película The Kid (1921), de
Charles Chaplin? De niño había visto muchas películas protagonizadas por
Charlot, pero por algún motivo extraño a ésta no la había visto hasta hace
poco.
En
The Kid, los personajes principales
viven inmersos en la miseria y realizan acciones censurables debido a la
necesidad: acosada por la marginación, Edna, la madre del muchacho, lo abandona
recién nacido en la puerta de una mansión señorial, y Charlot, el vagabundo que
por azar recoge a la criatura, perpetra pequeñas picardías que les permiten
comer y tener un techo.
Chaplin
cierra la historia con un final feliz, pero no por ello es menos aterradora la
denuncia de una pobreza que él mismo había vivido en su persona, así como
resulta innegable que la buena fortuna que, por casualidad, acompaña al final
los protagonistas no puede hacer olvidar el carácter inhumano del sistema
económico liberal, que en nombre de la libertad de una minoría condena a la
precariedad la mayoría de la población.
Hay
un cierto paralelismo entre The Kid y
el Lazarillo de Tormes. Los
protagonistas son marginados que malviven gracias a pequeñas granujadas. Para
poder comer, Charlot rompe los cristales de las casas de los obreros para reponerlos
a continuación y Lazarillo roba parte de la pitanza y la bebida del ciego avaro
y despiadado al que acompaña. No son ni mentes criminales ni parásitos
sociales, sino desesperados que luchan para sobrevivir.
Quien
ve la película no puede dejar de simpatizar con Charlot, acorralado por un
sistema social deshumanizado, aunque las víctimas de sus acciones sean gente de
su misma condición, y tiene que alegrarse de los fracasos del policía que lo
persigue. Del mismo modo, quien lee la narración no puede dejar de alegrarse de
la pequeña venganza del chico maltratado, Lazarillo, sobre el ciego, aunque
este no deja de ser también víctima del mismo sistema.
En
la escuela leí el Lazarillo y ese fue
seguramente un factor importante para que alcanzara una visión determinada del
mundo. El texto denuncia la miseria y el hambre que padece el pueblo llano, el
falso concepto del honor y el menosprecio de los hidalgos por el trabajo, la
falta de espíritu cristiano del clero... y el final de su protagonista, con su
integración ya envilecido al rebaño de los que se tragan la opresión y la
humillación a cambio de pequeños privilegios, es un aviso sobre qué tipo de
farsa nos rodea y que nos espera si no nos rebelamos contra los poderosos.
En
el Lazarillo no hay un final feliz al
estilo de la industria del cine de EEUU, hay una visión realista —y por lo tanto
pesimista— del destino de los humildes en una sociedad dividida entre
privilegiados y oprimidos. Si resulta triste que Lazarillo le rompa la mollera
a su dueño por maltratador, más triste es que, de adulto, Lázaro consienta en llevar
cuernos a cambio de la estabilidad que le proporciona la protección interesada
de un arcipreste lascivo.
Pero,
claro, no todo el mundo tiene porqué compartir mi opinión sobre el asunto.
Tenemos, por ejemplo, el punto de vista de Xavier Sala i Martín. La verdad es
que no suelo escucharlo nunca —ya le he sufrido lo suficiente— y cuando me lo
encuentro haciendo zapping, ¡manos para qué os quiero!, cambio de canal rápido,
pero en un par de ocasiones le he oído criticar que se haga leer el Lazarillo a los estudiantes españoles.
Según él, por ese motivo los españoles encuentran divertido robar y admiran a
los ladrones. También lo ha expresado por escrito muchas veces, con una cierta
pertinacia: «En España hay toda una literatura que la gente encuentra divertidísima,
la picaresca, en la que los ladrones son los héroes. Le roban a un ciego y
todos se lo pasan teta. "Mira, mira qué divertido, le roban a un
ciego"».
Soy
una persona sólo con un poco de cultura general, pero sé de sobras que, con
alguna excepción, toda la literatura picaresca, especialmente el Lazarillo, es una amarga reflexión sobre
la descomposición de los valores colectivos y la corrupción de todas las clases
sociales en el seno del Estado Imperial, y al mismo tiempo un llamamiento a la
necesidad de la regeneración social y una reivindicación de la dignidad humana.
Diría
que Sala i Martín, cargado de prejuicios, ni ha entendido el sentido profundo
del Lazarillo ni tampoco le ha pasado por la cabeza que la interpretación de
una mayoría de los lectores pueda ser diferente de la que tiene formada en su
mente, que, al parecer, carece de generosidad moral.
No
dudo que con esta visión del mundo tan simple y mezquina, Sala i Martín, cuando
era niño, debía de ser el único que en un cine aplaudía cuando el policía pilla
al pobre Charlot.
Jorge F. Fernández Figueras
Publicado en Diari de Terrassa, 14 de
octubre de 2015,
y en Catalunya, diciembre de 2015.
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