El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


domingo, 30 de septiembre de 2018

INTELIGENCIA Y RAZÓN (2018)




Algunas personas de ciudadanía francesa y de lengua bretona, se han encontrado durante estos últimos años con que la legislación vigente de su propio país les impide inscribir en el registro civil sus criaturas con nombres como Prijañ, Frañseza o Derc'hen, y apellidos como Ronarc'h, Le Noac'h o Gwioñvarc'h. Y les ha sido imposible porque el funcionario responsable de realizar la inscripción les ha advertido que la letra ñ y el trígrafo c'h, propios del alfabeto bretón, no son reconocidos por el Ministerio de Justicia francés, que en una circular de 2014 remonta los argumentos para justificar este rechazo a una ley de 1794.
Del mismo modo y por idéntica razón a personas de cultura y lengua vasca les ha sido imposible inscribir a sus criaturas con nombres como podrían ser Iñigo o Ermine, y apellidos como Endañeta, Abendaño o Garoña.
E incluso parece que se negó la inscripción con el nombre de Martí a un niño de familia catalana porque la vocal i en francés no puede llevar nunca el diacrítico o acento gráfico que en catalán indica una pronunciación tónica y aguda.
La contrapropuesta por parte de la administración francesa a los padres ha consistido en inscribirlos suprimiendo la vírgula sobre la ñ, el apóstrofo de la c'h y la tilde de la i de estos nombres y apellidos propios de idiomas tan autóctonos de los territorios que forman Francia como el propio idioma francés
En fin, para entenderlo mejor, esta situación aplicada al contexto español se plasmaría en la prohibición de inscribir a un niño con el nombre de Llorenç o el de Sebastià y a una niña con el nombre de Estel·la, y en la propuesta absurda de hacerlo como Llorens y Sebastiá, y en el caso de la chica como Estela o Estella, por ejemplo.
Bueno, esa es la actitud rotundamente centralista —incluso en un tema que podríamos considerar menor, más allá del ámbito familiar— de uno de los grandes estados de Europa que según las fantasías de algunos debía mirar con complicidad y simpatía la causa independentista catalana o que ya estaba haciendo frente al empeño constitucionalista de los principales partidos políticos españoles.
¿Qué podía esperar el independentismo catalán de una Europa que sólo da soporte a la creación de nuevos estados cuando se ha tratado de destruir a otros, a fin de conseguir determinados objetivos geoestratégicos y económicos? Este sería el caso de la desintegración de Yugoslavia, un estado que, a diferencia de Rusia y sus satélites, recordémoslo, pese a declararse y ser socialista disfrutó durante décadas de una economía fuerte con un sistema productivo autogestionario —hasta la crisis mundial del petróleo (1973)—, que estaba constituido por una estructura federal (seis repúblicas y dos regiones autónomas) y tenía un proyecto confederalista, y que además era uno de los líderes del movimiento de países no-alineados (que no equidistantes, ¡eh!). En fin, con este perfil sin duda resultaba imprescindible que, para favorecer los intereses del capitalismo, Europa y EEUU no sólo apoyaran la confrontación entre los diversos nacionalismos presentes en ese estado, sino que atizaran la discordia hasta la exacerbación: había que acabar como fuera con Yugoslavia.
No creo que aquella situación sea extrapolable al contexto de España y Cataluña... Así que si los independentistas quieren alcanzar su objetivo será necesario que de entrada se dejen de optimismos ingenuos respecto al papel que puede desarrollar Europa y que confíen exclusivamente en su fuerza. Pero, cuando hablo de fuerza, no pienso en lo del «pit i collons!» [«coraje y cojones»] de los muy machos o en el escupir veneno por los colmillos de los charlatanes e impotentes o en la repetición extenuante de rituales y símbolos hasta vaciarlos de su capacidad comunicativa, sino en la cualidad a la que se refería el sabio chino Zhuangzi cuando dijo: «La victoria se alcanza cuando antes de empezar la batalla ya se ha ganado la guerra». ¡Esa cualidad es la inteligencia!
El mismo consejo es aplicable a quienes pretendan ganar la guerra desde el bando unionista. ¡Menos testosterona, menos bilis, menos liturgias rutinarias y más inteligencia!
Y si al uso de la inteligencia todos juntos añadieran el uso de la razón, tal vez nos podríamos ahorrar ir a la «guerra»...
 Jordi F. Fernández Figueras

Versión en castellano de un texto 
publicado en Diari de Terrassa, 27 de septiembre de 2018



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