Algunas personas de ciudadanía francesa y de lengua bretona, se han encontrado durante estos últimos años con que la legislación vigente de su propio país les impide inscribir en el registro civil sus criaturas con nombres como Prijañ, Frañseza o Derc'hen, y apellidos como Ronarc'h, Le Noac'h o Gwioñvarc'h. Y les ha sido imposible porque el funcionario responsable de realizar la inscripción les ha advertido que la letra ñ y el trígrafo c'h, propios del alfabeto bretón, no son reconocidos por el Ministerio de Justicia francés, que en una circular de 2014 remonta los argumentos para justificar este rechazo a una ley de 1794.
Del mismo modo y por idéntica razón a
personas de cultura y lengua vasca les ha sido imposible inscribir a sus
criaturas con nombres como podrían ser Iñigo o Ermine, y apellidos como
Endañeta, Abendaño o Garoña.
E incluso parece que se negó la inscripción
con el nombre de Martí a un niño de familia catalana porque la vocal i en
francés no puede llevar nunca el diacrítico o acento gráfico que en catalán
indica una pronunciación tónica y aguda.
La contrapropuesta por parte de la
administración francesa a los padres ha consistido en inscribirlos suprimiendo
la vírgula sobre la ñ, el apóstrofo de la c'h y la tilde de la i de estos
nombres y apellidos propios de idiomas tan autóctonos de los territorios que
forman Francia como el propio idioma francés
En fin, para entenderlo mejor, esta situación
aplicada al contexto español se plasmaría en la prohibición de inscribir a un
niño con el nombre de Llorenç o el de Sebastià y a una niña con el nombre de
Estel·la, y en la propuesta absurda de hacerlo como Llorens y Sebastiá, y en el
caso de la chica como Estela o Estella, por ejemplo.
Bueno, esa es la actitud rotundamente
centralista —incluso en un tema que podríamos considerar menor, más allá del
ámbito familiar— de uno de los grandes estados de Europa que según las
fantasías de algunos debía mirar con complicidad y simpatía la causa
independentista catalana o que ya estaba haciendo frente al empeño
constitucionalista de los principales partidos políticos españoles.
¿Qué podía esperar el independentismo
catalán de una Europa que sólo da soporte a la creación de nuevos estados
cuando se ha tratado de destruir a otros, a fin de conseguir determinados
objetivos geoestratégicos y económicos? Este sería el caso de la desintegración
de Yugoslavia, un estado que, a diferencia de Rusia y sus satélites,
recordémoslo, pese a declararse y ser socialista disfrutó durante décadas de
una economía fuerte con un sistema productivo autogestionario —hasta la crisis
mundial del petróleo (1973)—, que estaba constituido por una estructura
federal (seis repúblicas y dos regiones autónomas) y tenía un proyecto
confederalista, y que además era uno de los líderes del movimiento de países
no-alineados (que no equidistantes, ¡eh!). En fin, con este perfil sin duda
resultaba imprescindible que, para favorecer los intereses del capitalismo,
Europa y EEUU no sólo apoyaran la confrontación entre los diversos
nacionalismos presentes en ese estado, sino que atizaran la discordia hasta la
exacerbación: había que acabar como fuera con Yugoslavia.
No creo que aquella situación sea extrapolable
al contexto de España y Cataluña... Así que si los independentistas quieren
alcanzar su objetivo será necesario que de entrada se dejen de optimismos
ingenuos respecto al papel que puede desarrollar Europa y que confíen
exclusivamente en su fuerza. Pero, cuando hablo de fuerza, no pienso en lo del
«pit i collons!» [«coraje y cojones»] de los muy machos o en el escupir veneno por los colmillos
de los charlatanes e impotentes o en la repetición extenuante de rituales y
símbolos hasta vaciarlos de su capacidad comunicativa, sino en la cualidad a la
que se refería el sabio chino Zhuangzi cuando dijo: «La victoria se alcanza
cuando antes de empezar la batalla ya se ha ganado la guerra». ¡Esa cualidad es
la inteligencia!
El mismo consejo es aplicable a quienes pretendan
ganar la guerra desde el bando unionista. ¡Menos testosterona, menos bilis,
menos liturgias rutinarias y más inteligencia!
Y si al uso de la inteligencia todos juntos
añadieran el uso de la razón, tal vez nos podríamos ahorrar ir a la «guerra»...
Jordi F. Fernández Figueras
Versión en castellano de un texto
publicado en Diari de Terrassa, 27 de
septiembre de 2018
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