El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


martes, 7 de abril de 2020

QUIMERAS (2020)



QUIMERAS

Sueño con cierta frecuencia que me encuentro entre las ruinas de viejas mansiones.

Camino entre sus muros agrietados, por su interior vacío, sin muebles, sin tabiques que separen las antiguas estancias. 

Encuentro refugio bajo sus tejados dañados, que se desmoronan,  pero no temo, pues por sus fracturas se filtra, brillante, la luz de la luna.  ¿Qué daño podría acontecerme?

Miro hacia el exterior a través de sus ventanas sin marco por las que entra con libertad una brisa tibia y suave…

A veces, a su alrededor, se mueven a cierta distancia algunas sombras de forma humana que me resultan familiares, sombras borrosas que se desplazan de manera pausada, entre arbustos casi desnudos, por los caminos sinuosos que cruzan un llano de matices ocres.

A lo lejos se percibe una línea de colinas rocosas y tras su silueta los reflejos arrebolados de un sol que se oculta o que nace.  ¿O ocaso es la luz que emana de una ciudad remota? ¿O, por qué no, los destellos de las hogueras de los campamentos ocultos de un pueblo errante?

Quizá es el viento quien trae, desde aquella zona, los murmullos, rumores y voces apagadas que oigo…

Una vez soñé, solo una, que me encontraba dentro de una nave inmensa, extensa, de techos muy altos, iluminada por una luz difusa y homogénea de color rojizo, pardo, casi anaranjado.

Hasta donde alcanzaba mi mirada se la veía repleta de cajas y bultos imprecisos, de múltiples muebles viejos y de ropajes antiguos apilados,  de extensos montones grisáceos y desordenados de pequeños objetos domésticos, y también de máquinas herrumbrosas, de maquinarias gigantescas, monstruosas, que se extendían desde el suelo hasta la bóveda…

Soñé que, minúsculo ante sus vastas dimensiones, admiraba su belleza tosca, su orden caótico, su armonía vertiginosa, tal como, tal vez, un niño pequeño, muy pequeño, descubre que un mundo terrible y fascinante le espera más allá del regazo materno.

Sin embargo, en esos sueños, no siento inquietud ni tristeza, sino una tierna nostalgia, una apacible melancolía. Y al despertar, mantengo vivo por unos momentos esos gratos sentimientos de agridulce ternura.

Ruinas. 

Ruinas de lugares desconocidos que sin embargo me remiten a otros lugares que guardaba ocultos en mi memoria más profunda, a recuerdos de lugares olvidados y recobrados en sueños, a lugares donde, en otros tiempos, quizá entre quimeras, me sentí  feliz, algo feliz, por algún momento.

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