No la fresca penumbra del alba entrevista entre sueño y vigilia, no,
sino aquella luz macilenta de un supermercado para pobres abierto de madrugada
o esa luz lívida de una barbería sórdida hundida en un barrio perdido o esta
otra luz petrificada de donde decoran los cadáveres antes de exponerlos a los
susurros y las sombras.
No el reflejo centelleante del sol poniente sobre las ondas del mar,
no, sino aquel reflejo de un foco mortecino sobre el suelo viscoso de un
aparcamiento o ese reflejo caliginoso sobre un estanque de humores pútridos o este
otro reflejo de una sombra plomiza posándose implacable sobre las pupilas
dilatadas de una bestia agonizante.
No la ilusión y el instante eterno, no, sino…
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