KOSOVO:
LO QUE NO SE QUIERE RECORDAR
Durante
las últimas semanas algunas personas han vuelto a manifestar en diversos medios
su simpatía por la causa de los albaneses de Kosovo, provincia de Serbia desde
el año 845 hasta el 2008, a raíz de unas declaraciones del filósofo y
europarlamentario catalán Josep-Maria Terricabras al diario albano-kosovar Zëri el pasado 18 de agosto
en las que se mostraba a favor de que la Unión Europea reconozca su declaración
unilateral de independencia y exija a Serbia que la acepte como condición sine
qua non para integrarse en la Unión.
Me pregunto si estas personas verían con agrado que, por
poner un ejemplo hipotético, una etnia de la Europa oriental que hubiera
llegado a ser mayoritaria en el Ripollès pidiera la independencia de la
comarca, y se previera que cuando lo consiguiese haría pogromos contra la
población minoritaria de etnia catalana y que derrocaría el monasterio católico de
Santa María debido a su pertenencia al cristianismo ortodoxo. Eso sería similar
a lo que se dice que los albaneses-kosovares hicieron vivir a los serbios de
Kosovo. ¿Nos gustaría? Pensemos en ello, como mínimo, antes de hablar con tanto
entusiasmo de la independencia de Kosovo, ¿verdad?
De todos modos, en lo que no hay que pensar mucho es en la
condena más absoluta del artífice de esta independencia, el UÇK, el Ejército de
Liberación de Kosovo, y no por haberse desarrollado gracias al apoyo de los
servicios secretos alemanes y estadounidenses —en el contexto de la
desintegración de Yugoslavia azuzada por los intereses de las grandes potencias
occidentales y las instituciones financieras internacionales— ni por ser
considerada un grupo terrorista por varios organismos internacionales —una
condición por la que, por cierto, nunca fue perseguido ni sancionado—, sino por
haber protagonizado de manera innegable, antes, durante y después de la guerra
civil, crímenes comunes y de lesa humanidad: ataques militares contra civiles
serbios, torturas a confinados en campos de concentración, saqueos y
destrucción de hogares de serbios, gitanos y otras minorías étnicas, destrucción
de lugares de culto cristiano, limpieza étnica, asesinatos de miembros de otras
etnias y de albaneses disidentes, tráfico de heroína hacia Europa Occidental,
tráfico de armamento, campañas de robos sistemáticos en viviendas en España,
proxenetismo a gran escala, tráfico de órganos humanos procedentes de
prisioneros... y vinculación inseparable con el crimen organizado. Acusaciones
avaladas por informes de Human Right Watch, de Carla del Ponte, fiscal jefe del
Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, de Michel
Chossudovsky, miembro de la Transnational Foundation for Peace and Future
Research y del Global Research - Centre for Research on Globalization, o de
Dick Marty, destacado miembro de la Comisión Europea, más conocido por un informe
en el que denunciaba que catorce estados europeos colaboraron en la creación y
mantenimiento de cárceles secretas de la CIA en sus territorios.
Algunos niegan estas acusaciones argumentando que ningún
líder del UÇK ha sido condenado por crímenes de guerra. Cierto, stricto
sensu: por ejemplo, Ramush Haradinaj, ex líder guerrillero del UÇK y ex
primer ministro de Kosovo, que había sido acusado de crímenes de guerra, fue absuelto
después de la muerte en extrañas circunstancias de 9 de los 10 testigos que
iban a declarar contra él y de que el décimo retirara su testimonio a raíz de
un intento de asesinato.
Josep-Maria Terricabras podría haber aprovechar la ocasión
para pedir a las autoridades albanesas-kosovares que se acabe la impunidad
para los criminales de guerra de su etnia, ¿verdad ?, pero se ve que no se le
ocurrió. Un olvido que quizás no me extrañaría en un político relleno de
espíritu castrense, como un Federico Trillo, pero que sorprende en un miembro
de la Sociedad Catalana de Filosofía.
Claro que, pequeñeces como ésta no me habrían de sorprender
tras recordar cómo, cuando era secretario de la OTAN, el «pacifista» Javier
Solana dio en 1999 el visto bueno para bombardear Serbia con miles de bombas de
uranio empobrecido en una avalancha de ataques indiscriminados —iniciada
unilateralmente por la OTAN y sin autorización previa del Consejo de Seguridad
de la ONU—, decisión por la que recibió un montón de reconocimientos, elogios y
honores por parte de organismos e instituciones internacionales.
Jordi F. Fernández
Figueras
Publicado en catalán en Diario de Terrassa,
15 de
septiembre de 2015
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