Llum de la Selva al Jardí de l'Amistat |
LLUM DE LA SELVA, UNA FILOSOFÍA DE LA
VIDA
El sociocentrismo es la creencia por
parte de alguien de la superioridad moral de un grupo —al que pertenece— sobre
otros grupos o sobre la ciudadanía en general a causa de sus presupuestos ideológicos.
Para los sociocentristas queda fuera de toda duda que sus valores y costumbres
son los únicos buenos y que todos los demás son intrínsecamente malos y
execrables, y que hay que combatirlos hasta la erradicación. Exactamente así,
sin matices.
El problema es que, aunque una
ideología pueda tener realmente más rasgos provechosos que otras, si buena
parte de sus seguidores acaban por adoptar una actitud de superioridad moral,
la querrán inmutable y de esta manera, a largo plazo, no sólo la empobrecerán y
petrificaran, sino que invalidarán en la práctica aquello que pueda aportar de
bueno e incluso la harán derivar hacia un extremo opuesto. Un ejemplo de este
fenómeno sería la divergencia entre dos actitudes procedentes de un mismo
origen: la filosofía cristiana de la vida de un Francisco de Asís y la doctrina
católica de un Tomás de Torquemada.
Semejante en cierto modo a Francisco
de Asís fue Llum de la Selva [Luz de la Selva] (1877-1983), un librepensador, naturista,
ecologista, vegetariano, feminista, animalista, no-violento y teósofo nacido en
Barcelona. Sus padres adoptivos, jornaleros de la tierra que lo encontraron
abandonado, murieron prematuramente y a los seis años tuvo que hacer trabajos
del campo hasta los 14 años, cuando empezó a trabajar como estibador en el
puerto. Allí conoció las ideas anarquistas que le llevaron en 1898 a integrarse
a unas comunidades agrícolas de un cristianismo primitivo y libertario
constituidas a imagen de las comunidades de los «doukhobors» rusos y nacidas
bajo la protección de Lev Tolstói gracias a la mediación de Federico Urales. A
partir de este momento ya lo largo de varias décadas participó en diversas
iniciativas, asociaciones y revistas naturistas, libertarias y teosóficas;
colaboró con pedagogos como Francisco Ferrer y Guardia y Albano Rosell; y
promovió la fundación de las Comunidades de Espíritus Libres, la Asociación
Protectora de Animales y Plantas y la Escuela de Trofoterapia.
Hacia el 1927 se trasladó a Sabadell
y en 1932 compró con su compañera un terreno en Can Rull que convirtió en
huerto y en escuela de naturosofia, abiertos a todos, sin linderos, bautizado como
el Jardín de la Amistad. Allí vivió cerca de 50 años, sin abandonarlo casi
nunca, rechazando el dinero, la electricidad y las máquinas, autosuficiente,
comiendo sólo los frutos que obtenía de su huerto, siempre crudos —como hacía
desde los diecisiete años—, y excepcionalmente, hacia el final de su vida, un
poco de pan y queso que conseguía por intercambio.
Después de la posguerra, cuando
incluso fueron perseguidas unas familias que se habían establecido en Can Rull
y Ca n'Oriac y que seguían su ejemplo, quedó aislado, pero a mediados de la
década de 1950 comenzó a recibir a numerosos visitantes que querían conocer su
filosofía de la vida: inmigrantes recién llegados al barrio, monjes de
creencias occidentales y orientales, jóvenes con inquietudes, viejos naturistas
y personajes de renombre internacional como Lanza del Vasto, discípulo de
Gandhi, y otros más conocidos en ámbitos locales como, por ejemplo, los
egarenses «los Suris».
En 1980, fallecida su compañera,
superados ya los 100 años y con su Jardín de la Amistad rodeado de bloques de
pisos, unos amigos naturistas lo acogieron en la Galera (Montsià), donde murió
plácidamente. No se le pudo dar de baja en el Registro Civil, ya que nunca
había constado.
Dicen quienes lo trataron que era un
hombre alegre y bondadoso, nada engreído, que no daba lecciones, que era poco
amigo de grandes discursos y mucho de escuchar y dialogar con sus
interlocutores.
Fue un hombre tan perfectamente
humano con su filosofía de la vida que no cayó nunca en la rigidez dogmática. A
pesar de ser vegetariano frugívoro, en alguna ocasión comió queso y harina
elaborada; a pesar de ser animalista llevaba trajes de lana y cinturón de
cuero, y en su juventud utilizó durante un tiempo una mula para cultivar la
tierra ...
Los dogmáticos, rígidos y soberbios,
además de provocar reactancia psicológica, son gente tóxica para los demás y
para sí mismos. Por suerte la pluralidad acaba siempre imponiéndose y la vida
humana se sigue desarrollando de manera dinámica mientras nosotros nos enfrentamos
de manera creativa a su complejidad, los grandes conflictos entre naturaleza y
cultura.
Jorge F. Fernández Figueras
Versión en castellano de un texto publicado
en Diari de Terrassa, 7 de noviembre de 2018
en Diari de Terrassa, 7 de noviembre de 2018
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