En la penumbra,
cierro los ojos,
en la calma de mi cuarto.
Un dulce ensueño me ha visitado,
en la penumbra de mi cuarto.
Hay tanta serenidad y alegría en la mirada de mi amiga como confusión y desconcierto en los pasos de los poderosos que extienden las manos impotentes y se desvanecen para siempre. Dulce mirada de amiga.
Marcho, subo la calle, enfilo el paseo de la melancolía, esquivo los peñascos, recuerdo los macizos de flores, cruzo el tiempo, salto los charcos claros, me pierdo en la arena de las playas. Paseo por la melancolía.
Hay un lugar de encuentro en el aire dorado de otoño donde convergen suaves, al ritmo de tiernas flautas y susurrantes tambores, mis amigos muertos y los amigos perdidos de otros tiempos. Aire dorado de otoño.
Visito sueños felices, dulces melodías entreoídas, entre viento y silencio, hechos propios y ajenos que no fueron posibles pero que nos iluminaron el paso árido de los años. Dulces melodías entreoídas.
Las lucecitas de las casas, bajo un cielo de nieve y oro, se encienden, una tras otra, sobre la ladera de la montaña, y un leve perfume de leña tierna me llama desde el perfil del crepúsculo. Cielo de nieve y oro.
En la penumbra,
en la calma de mi cuarto,
abro los ojos.
Una muerte dulce me ha visitado,
en la penumbra de mi cuarto.
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