Josep Badia, «Sentiment d’inseguretat», gravat amb linòleum, 1994
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Llueve en hora sombría sobre el bosque agreste donde no se advierte el rastro de ninguna senda. Camino a ciegas. No veo ningún resplandor lejano que me prometa cobijo y esperanza. ¿Soy acaso como un niño abandonado en la noche?
Caigo. El suelo está frío y encienegado. No puedo incorporarme. Se me enmarañan matojos por todo el cuerpo, me inmoviliza una obscuridad densa, aplastante, impenetrable.
Hubo un tiempo, ya lejano... Ahora vivo solo, soledoso, solitario, en soledad, ¡desolado!
Recuerdo tu perfume áspero, el olor acre de tu pasión impura, tu cuerpo deslizándose sobre el mío, tu cuerpo agazapado al acecho de mi respuesta... y la luz del deseo en tu mirada.
Hubo un tiempo, ya lejano, en que nuestros cuerpos se unían, y nos unían en la misma ansía simple de vaciarnos en la unidad perdida. Hubo un tiempo, ya lejano, en que éramos dos sangres ardientes anhelantes por fundirse en un solo cauce...
¡La unidad perdida! Nuestra conciencia animal añoraba un presentido jardín de las delicias donde no cabrían ni las palabras ni el bien ni el mal, donde cada instante sería una eternidad...
Expulsado de la luz, convertido en despojo y melancolía, ahora me arrastro por el bosque agreste donde un viento despiadado borró todas las sendas.
Ciego y trastornado, camino solo, ¡perdido ya para siempre!
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