Maya Deren en un fotograma de la película
Meshes of the
Afternoon (Maya Deren, 1944)
|
A
veces, se consigue eludir la tutela implacable del tiempo, mas no por mérito o
voluntad propia, sino por azar, como regalo de la fortuna,
a
veces, inmersos en una percepción pura e inefable despertamos al mundo de las
puras formas sensibles:
con
los tenues pasos de danza que dibuja en la penumbra el destello tembloroso que
filtra una celosía,
con
el perfume de una flor que nos transporta a un jardín olvidado de nuestra
infancia,
con
la blancura de la nieve densa y pausada que cubre los tejados en una ciudad
dormida,
con
el momento mágico en que el campo se inunda con una claridad súbita y silente,
con
la brisa inesperada que acaricia las frondas de los árboles en un paraje agreste
y desconocido,
con
el viento cálido que mece los trigales maduros y los convierte en océanos de
oleaje dorado,
con
aquel instante eterno en que unidos
en una felicidad salvaje
nuestros cuerpos se confunden.
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