Con
el tiempo, los rostros de mis antiguos compañeros o de algunas muchachas
encantadoras se han vuelto borrosos y sus nombres empiezan a desvanecerse en mi
memoria.
De
otras personas, de los que me fueron indiferentes, tan sólo permanecen, sin
rasgos, sus siluetas petrificadas. Compañeros de viaje en las escuelas, en las
calles, en los trenes, en los bares de antaño, sombras de un mundo que se
disipa en mi mente.
Y, sin
embargo, recuerdo muy bien el rostro de aquel viejo, su mirada airada, sus
ademanes convulsivos.
Durante
el trayecto de vuelta, después de las clases, conversábamos para matar el
tiempo o dejábamos que nuestras miradas languidecieran —perdidas en un
horizonte de campos desatendidos, sin labranza, o de casitas humildes, sumergidas
en bosquecillos de pinos— hasta que la puerta del vagón se abría bruscamente y
entraba él, la barba y los cabellos erizados, para sentarse entre nosotros con
aire desafiante.
—¿Creéis
que Dios ha muerto? ¿Acaso creéis que Dios ha muerto? —gritaba mientras
levantaba sus manos crispadas ante nuestros rostros—. Permaneced fieles a Dios,
como lo habían hecho hasta ahora vuestros padres y los padres de vuestros
padres. Conservad la fe, cumplid sus
leyes y no creáis a quienes con el alma enferma os hablan de paraísos
materiales, pues, si no le respetáis y obedecéis, agonizaréis eternamente en
las tinieblas!
Y nosotros,
habituados a sus imprecaciones, sonreíamos en silencio hasta que bajaba en una
estación solitaria, en medio de la nada, y podíamos continuar absortos en la
contemplación narcótica del paisaje o desgranar conversaciones banales.
Con el tiempo, los rostros de mis antiguos
compañeros o de algunas muchachas encantadoras se han vuelto borrosos y sus
nombres empiezan a desvanecerse en mi memoria, como se desvanecen experiencias,
metas, empresas, gestos, anhelos, sueños, deseos, proyectos, previsiones,
promesas, quimeras… Fantasmas. Nada más.
Pobre hombre, si
supiera. No solo murió Dios, sino que también el hombre murió, hace tiempo. De
mí, por aportar una prueba, para poner un ejemplo, solo queda un animal desarraigado,
un animal que huye, que ha olvidado incluso que se resignó… que se conformó con
el fracaso.
Quizá, si me
detuviera, una conciencia humana emergería de las tinieblas…
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