Jean Béraud, «La Madeleine chez le pharisien» (1891)
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Hace unas semanas me enteré de que el conocido periodista Jon Sistiaga había calificado de hijo de puta a un personaje implicado en las luchas violentas que enfrentan a israelíes y palestinos, ante un público selecto, en el transcurso de una conferencia organizada por la Regidoria d'Universitat i Societat del Coneixement del Ajuntament de Terrassa.
No es preciso decir el nombre del personaje, ya os podéis imaginar que se trataba de un palestino, se ve que en el bando israelí todos son unos santitos que llevan un lirio en la mano... pero este no es el tema sobre el cual pensaba haceros una reflexión.
¿Me pregunto —y quiero que os lo preguntéis— qué le han hecho las putas y sus hijos al señor Sistiaga? ¿Qué necesidad tenia de utilizarlos como insulto? ¿No sufren ellas suficiente desprecio a causa de la su condición? No sufren bastante ellos a causa de un estigma que les ha sobrevenido sin haber tenido ninguna responsabilidad en su adquisición?
Ellas, las persones más oprimidas y humilladas entre los oprimidos y humillados de nuestra sociedad, ¿no sufren bastante? Las expresiones puta e hijo de puta son un tipo de insultos que manifiestan un gran desprecio hacia aquellas mujeres que por su origen social humilde o por ser naturales de un país empobrecido es ven obligadas a realizar un trabajo que las degrada al máximo, por no hablar de los casos en que una dona se ve obligada a ejercer los servicios sexuales en un estado de absoluta esclavitud. ¡Qué se salpique de ignominia a sus hijos es aún más vergonzoso!
Simpatizo con las putas —no lo interpretéis con un sentido ambiguo, por favor—, todo el desprecio que puedo sentir hacia los intelectuales prostituidos se convierte en empatía y solidaridad cuando se trata de las prostitutas sexuales.
Creo que el señor Sistiaga —de manera especial como el personaje público y prestigioso que es— debería mostrar más sensibilidad y vigilar el lenguaje que utiliza. Sobretodo teniendo en cuenta que en el contexto en el cual utilizó esta expresión no puede alegar un lapsus provocado por la espontaneidad de una improvisación o por un estado de ánimo alterado.
Me gustaría saber que, en cuanto se enteró de este hecho, la persona responsable de la Regidoria de Polítiques de Gènere i Usos del Temps del Ajuntament de Terrassa se dirigió al señor Sistiaga para advertirle que resulta inadmisible su utilización de un lenguaje sexista y discriminatorio.
Jordi F. Fernández Figueras
(La versión en catalán se públicó en Catalunya-Papers, 129,
Barcelona-Palma de Mallorca, juny de 2011)
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