Como no somos viejos ermitaños viviendo aislados en la soledad del
monte agreste, sabemos muy bien que la democracia ha muerto. Hasta hace poco,
al día siguiente de ganar las elecciones, los hombres de Estado europeos se
olvidaban de buena parte de las promesas hechas a los electores y comenzaban a
aplicar su programa oculto. Ahora ni eso, desde el día después de ganar las
elecciones hasta el día en que salen por la puerta trasera del escenario de la
farsa, los pequeños grandes estadistas de papel actúan bajo las órdenes
dictatoriales del poder supremo del Mercado que transmiten los burócratas del
Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea.
Pobres, ya no les queda ni la libertad de tener algún gesto de
benevolencia hacia sus rebaños para compensarnos un poco por la manipulación a
la que nos han sometido y por el desdén con que nos tratan, el gobierno de
burócratas que ningún pueblo europeo ha elegido en ninguna elección, que no
representa la voluntad de ningún ciudadanía, ahora también los tiene subyugados
a ellos bajo su talón de hierro.
En este contexto, ¿qué significa independencia? ¿Qué significa tener
el derecho a decidir? Tiene que significar gozar de una liberación que vaya más
allá de segregar las instituciones de gobierno catalanas de las del Estado
Español; tiene que significar rescatar la democracia, o sea, rescatar la
secuestrada soberanía del pueblo de las manos caciquiles de nuestra clase
política tradicional, encabezada por las derechas nacionalistas, y de las de
los burócratas del FMI, el BCE y la CE; tiene que significar independizarnos en
política exterior de la dictadura de los Estados Unidos y en política económica
de la devastadora doctrina de la secta neoliberal; tiene que significar buscar
alternativas a la economía capitalista —al borde del colapso, por cierto—
explorando formas de economía participativa, planificada y controlada por los
colectivos de trabajadores, los consumidores y las pequeñas y medianas
comunidades administrativas...
Así pues, si el gobierno de Artur Mas convoca un referéndum sobre la
independencia de Cataluña —espero que no se atrevan a proclamar el Estado
Catalán desde el Parlamento, despreciando la voluntad directa de las ciudadanas
y los ciudadanos—, deberíamos exigir que, en nombre del respeto al derecho a
decidir, también se nos consulte sobre nuestra voluntad de alcanzar un gobierno
democrático de verdad y de desvincularnos del neoliberalismo que está
destruyendo los servicios públicos esenciales, que no respeta el medio ambiente,
que ataca la cultura enriquecedora para favorecer el enriquecimiento con la
cultura, que humilla a los pueblos, que les hace enfrentarse entre ellos... Si
se puede preguntar si Cataluña quiere desvincularse de España, también se puede
preguntar si Catalunya quiere desvincularse de todas las instituciones
supraestatales opresoras.
Y no deberíamos dejarnos engañar por los que querrán meternos el miedo
en el cuerpo. Las derechas catalanas dirán: «Eso es imposible, es una quimera,
dejaos de ideología...». ¿No es lo mismo que dicen las derechas españolas en
otro contexto?
Si sois de los que pensáis que hay que luchar y sufrir si se quiere
vencer, si sois de los que pensáis que no hay que tener miedo a romper con el
pasado si se lleva un mundo nuevo en el corazón, si queréis independencia, no os
podéis conformar con un sucedáneo, hay que ir por todas, sin encogerse.
Se debe poder ejercer el derecho a decidir si queremos una democracia
verdadera en la que la soberanía sea popular, las personas sean más respetadas
que el Mercado y la sociedad tenga más poder que el Estado. Según mi criterio,
esto es independentismo y cualquier otro «independentismo» será simplemente una
manifestación de nacionalismo trivial, unas veces afable, otras arrogante, pero
siempre ineficaz.
(Versión
en castellano del texto «Nacionalisme trivial», publicado en Diari de Terrassa,
26 de setembre de 2012.)
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