El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


lunes, 1 de octubre de 2012

TODA UNA VIDA… (2012)






Ella era la niña fea de la clase. No como otras feas que resultan graciosas por su viveza o simpatía, no. ¿Por qué la encontrábamos tan fea? Sin duda por ser tan modosita o, más bien, por ser tan desangelada, como oí decir un día entre profesoras.

En clase quería ser la mejor alumna, siempre atenta, siempre atareada, sólo se distraía para alisarse la falda y encoger las piernas cuando alguna mirada perdida se posaba en sus pantorrillas, pero sus notas eran tan mediocres que ni ese consuelo le quedaba.

Pobre niña, estaba tan enamorada del guapo de la clase —como todas— que no podía evitar que se le viera una lucecita en los ojos —yo se lo había advertido— cuando lo miraba de soslayo.

Estaba tan enamorada... ¿Recordáis lo que es un amor de adolescencia? ¿Recordáis quizá vuestra pasión secreta de adolescencia?

Cuando dejó el colegio, entró a trabajar en un banco, en un mundo de cifras y frases muertas, y se pasaba los domingos en compañía de madre, tías, abuelas y viejas, fue como si dejara de existir para nosotros.

Él, ya lo he dicho, era el guapo de la clase, pero no con esa belleza de algunos muchachos insípidos que sólo se encuentra en la armonía de las facciones del rostro y el equilibrio de los miembros del cuerpo, tenía la belleza total que suma además el gesto y la mirada.

Fue un hombre joven feliz que prolongó durante años su adolescencia con indolente desparpajo, gozando de la vida a tragos largos. Más como siempre, como nos sucede a todos tarde o temprano, el viento frío desnudó de ilusiones todos los árboles del laberinto de su mente y el otoño de las cigarras y el desequilibrio y la confusión del mundo lo fueron arrinconando, primero en la vulgaridad de la escasez y más adelante en una precariedad sin retorno.

Los años pasan, la gente divertida se serena, se empareja, tiene hijos, se encierra en casa, desaparece petrificada. Los jóvenes hermosos ven como otros aún más jóvenes y más hermosos aparecen en escena trayendo consigo un nuevo séquito, ignorándoles, desplazándoles. La soledad…

Adiós muchachas hermosas y mujeres opulentas, trajes caros y comidas en restaurantes de lujo, adiós tenis en clubs selectos y coches deportivos deslumbrantes. A todo eso hubo de renunciar a la fuerza e incluso, más adelante, a la melancólica mediocridad de los príncipes destronados.

Se refugió en el alcohol y con él descendió poco a poco hasta llegar a las barras roñosas de los bares de la periferia desde las que tantos fracasados creemos subir a por aire desde el fondo de nuestro abismo.

Quienes compartimos su infancia y juventud comentábamos de tanto en tanto su triste situación, aunque en secreto no dejáramos de sentir una infame complacencia al verle caído.

Hasta allí, hasta aquellos bares donde él malgastaba su vejez prematura, fue a encontrarlo ella. ¿Cómo supo dónde encontrarlo? ¿Quién debió informarla? ¿Fue un comentario casual fruto del azar o una respuesta a sus inquisiciones? ¡Que importan los detalles! Fue a por el hombre que deseaba, eso es lo que cuenta.

Al principio él se mostró indiferente, a veces la trató con un menosprecio que rozaba la insolencia —lo sé bien, fui testigo en ocasiones—, hasta que un día, pasados muchos meses y aún algún año, sin saber porqué, comenzaron a rememorar juntos las agridulces imágenes de su adolescencia. Así, de esa manera, consiguió ganarse un espacio en lo que al hombre aún le quedaba de corazón.

Los encuentro con frecuencia tomando el fresco en la terraza de los bares de las grandes avenidas o refugiados del viento y el frío en la calidez de las cafeterías señoriales o paseando por los viejos parques bajo el sol de sus últimos días dorados.

¿Os imagináis qué debe sentirse cuando una persona que se creía desahuciada de la ternura, perdida toda esperanza de alcanzar un poco de afecto íntimo, descubre de repente la presencia placentera de una dulce y tibia pasión?

Ella es ahora una mujer feliz, ahora su rostro refleja toda la belleza que puede ofrecer este nuestro mundo.


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