El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


sábado, 2 de abril de 2011

EL OJO DEL LABERINTO (1980)


Al anochecer, en la penumbra, suelo mirar el brillo de las luces de la calle reflejado en las temblorosas copas de los árboles.

Si cierro los ojos, me adormece la monotonía de los sonidos: la suave danza de la lluvia en el aire, el eco apagado de mis pasos y, más allá, en la lejanía, el prolongado suspiro de un tren que marcha.

Cuando amanece, paseo por las calles de esta ciudad de gentes cuyo idioma deliberadamente ignoro y cuya suerte me es indiferente.

Al anochecer, de vuelta a casa, me adormecen las luces mortecinas y la monotonía de los sonidos, ante la ventana.


(Text publicat a Mostra de poetes terrassencs 1986-1987, Terrassa, 1987, i presentat també a l’exposició «Soledats», Terrassa, 2011, integrat dins l’obra «El ojo del laberinto», realitzada conjuntament amb el fotògraf Jordi Gual.)

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