Al anochecer, en la penumbra, suelo mirar el brillo de las luces de la calle reflejado en las temblorosas copas de los árboles.
Si cierro los ojos, me adormece la monotonía de los sonidos: la suave danza de la lluvia en el aire, el eco apagado de mis pasos y, más allá, en la lejanía, el prolongado suspiro de un tren que marcha.
Cuando amanece, paseo por las calles de esta ciudad de gentes cuyo idioma deliberadamente ignoro y cuya suerte me es indiferente.
Al anochecer, de vuelta a casa, me adormecen las luces mortecinas y la monotonía de los sonidos, ante la ventana.
(Text publicat a Mostra de poetes terrassencs 1986-1987, Terrassa, 1987, i presentat també a l’exposició «Soledats», Terrassa, 2011, integrat dins l’obra «El ojo del laberinto», realitzada conjuntament amb el fotògraf Jordi Gual.)
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