¿Qué sé de mis entrañas?
Nada, sólo lo que aprendí en los libros estudiados con desgana y lo que pude intuir en días de enfermedad y dolor, o sea, casi nada.
Mi piel es un muro impenetrable. ¿Qué conozco más allá de esa frontera?
No puedo saber mi cuerpo observando láminas de colores, planas, estáticas, inertes… La vida es palpitante y compleja, ni se puede reducir a ilustraciones sobre papel ni se puede entender incluso contemplando imágenes cinéticas o disecciones de cuerpos yertos.
¿Qué sé yo de mi piel, que sé de sus células, mucosas y glándulas internas?
¿Qué conozco de los cambios químicos de mis tejidos y órganos?
¿Qué, del estómago y los intestinos?
¿Y, de la saliva, el jugo gástrico y las secreciones pancreáticas y biliares?
Si me miro en un espejo, veré la imagen externa de mi cuerpo, pero no sabré nada sobre mis entrañas.
¿Qué sé del animálculo que expulsó mi cuerpo y se fundió con un óvulo para crear un ser nuevo?
¿Cómo se relacionan entre sí mis vísceras, cuál es su grado de autonomía y cuánta es su dependencia?
¿Qué conozco de esa red de células nerviosas que registra los estímulos externos y desde su centro da las respuestas adecuadas para que todo mi cuerpo avance y no cese en su progreso por la vida?
En un libro aprenderé las definiciones de tejidos, órganos, aparatos y sistemas o me serán descritos los procesos en que intervienen, pero en verdad no sabré nada sobre mis entrañas.
¿Y qué sé del yo que se halla en mis entrañas? ¿Qué puedo saber?
Mi rostro es un símbolo impenetrable. ¿Qué conozco más allá de esa frontera?
¿Qué sé de mi yo? ¿Algo así como lo que sobre mi organismo se puede saber por el reflejo de mi rostro en el fondo de una charca de agua obscura?
Y si no sé nada sobre mí, si no me conozco a mí mismo, ¿qué puedo entonces saber sobre la existencia y el devenir de los otros?
Retorno al camino de un aprendizaje olvidado,
me acojo en el sentimiento de los seres y las cosas:
la armonía de un rostro, el brillo de sus ojos, el misterio de su mirada,
la luz áurea del poniente surgiendo tras el perfil de unas montañas,
el tacto templado de un cuerpo entrelazado en la obscuridad,
el perfume del bosque después de una lluvia lenta de otoño,
el arrullo nocturno de las olas sobre un mar en calma,
el hálito helado de la linde crepuscular…
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