No coincido políticamente, ni mucho menos, con
Pere Navarro, pero si hace unas semanas llegué a la conclusión de que era
necesario que dimitiese, mi punto de vista no se fundamentaba ni en el rechazo
a la ideología que representa ni en el de las propuestas políticas concretas
que defiende.
El motivo era que se había convertido en un «payaso
triste» acostumbrado a recibir todas las bofetadas en los sainetes que se
representan en el escenario de la política catalana, y que, cada vez que le daban
una, había espectadores que estallaban en risotadas y se olvidaban las
fechorías de los payasos bribones.
¿A quién se le ocurría pensar en los palos, puñetazos
y pelotazos de goma de los mossos d’esquadra que herían, mataban y mutilaban
ciudadanos —al menos durante el periodo en que los comandó Manel Prat—, si uno
se podía pasar un mes entero riendo con la bofetada que le había espetado una
señora de Ullastrell a Pere Navarro?
¿Quién pensaba en las declaraciones de la ex
amante de Jordi Pujol Ferrusola sobre presuntos viajes a paraísos fiscales con
maletas cargadas de billetes, si uno se podía reventar de risa con el pitorreo
del payaso siniestro de las chaquetas de colorines cuando insinuó que la señora
de la bofetada era la ex amante de Pere Navarro?
¿A quién se le ocurría quejarse por la
demolición programada de la sanidad pública en Cataluña, ejecutada por el
gobierno de Artur Mas, si uno podía indignarse por la grosería de Pere Navarro
al preguntarle a la señora de la bofetada si se había acordado de tomar la
pastilla para los nervios? O bien, ¿quién se acordaba de quejarse de los
recortes en sanidad, si lo que le secuestraba la atención cuando navegaba por
internet o leía diarios eran los sarcasmos o las lamentaciones hipócritas sobre
«la demolición interna de uno de los dos grandes partidos que ha tenido Cataluña
desde la Transición hasta nuestros días» llevada a cabo por Pere Navarro?
¿Qué decir de la escasa reacción pública ante
la sentencia sorprendente que condenó a dos penas de seis meses de prisión para
cada uno a los señores Millet y Montull, acusados de haber
cometido delitos de apropiación indebida, falsedad en documento oficial, prevaricación
y tráfico de influencias en el «caso del hotel del Palau»? ¿Cómo perder el
tiempo pensando en eso, si uno podía quedarse patidifuso porque Pere Navarro
había denunciado la señora de la bofetada?
¿Y quién se preguntaría si «el caso Palau» —distinto
del caso del hotel, aunque relacionado—, no acabará también con una sentencia
ridícula y sorprendente —aunque de momento un juez ha concluido que, gracias a
Millet y Montull, CiU recibió 5 millones de euros en comisiones ilegales de
Ferrovial (empresa patrocinadora de la Fundación Orfeó Català - Palau de la Música
Catalana) a cambio de adjudicaciones de obra pública durante el último gobierno
de Jordi Pujol—, si uno podía distraerse abducido por la importante cuestión de
por qué Pere Navarro no había dimitido tras el tropiezo de las elecciones
europeas?
Pere Navarro se había convertido, pues, por
obra y gracia de sus propuestas políticas y de los medios de comunicación
controlados por CiU, en un magnífico elemento de distracción; pero no era
necesario que dimitiera por este motivo, no. Ahora que ya lo ha hecho, ya verán
como enseguida se encontrarán mil y una pantallas alternativas para desviar la
atención de la gente de los basureros en que... presuntamente... están metidos
algunos destacados miembros de CiU.
Terrassa, 06/11/14
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