El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


viernes, 26 de septiembre de 2014

UN MALDITO CANALLA, ¿VERDAD? (2014)




El mundo está lleno de una chiquillería absolutamente molesta, y eso de que en catalán se llame canalla a los niños lo encuentro realmente acertado. Este verano he hecho un viaje en avión a EEUU y detrás de mí una niña no paraba de molestarme atizando patadas al respaldo de mi asiento, así que en venganza solté mis 110 kilos contra el respaldo con tal fuerza que retrocedió bruscamente, medio metro como mínimo. La madre de la niña comenzó a quejarse, pero yo no me corté en absoluto y la envié a cagar a ella y a su hija. Díos mío, ¡qué daño hizo Margaret Thatcher cuando abolió el castigo corporal en las escuelas británicas!

¿Qué? ¿Continúo? Supongo que a estas alturas os estaréis preguntándose cómo he podido escribir eso y cómo es posible que se me haya publicado. Seguro que pensáis que yo sí que soy una mala persona, un miserable, un maldito canalla, ¿verdad?

Tranquilos, eso no lo he escrito yo, se trata de una paráfrasis de parte del artículo «In memoriam Enriqueta Martí», de Quim Monzó, que publicó La Vanguardia en septiembre de 2013.

Y, mirad, deseoso de saber quién era la persona a la que Monzó le dedicaba esa desagradable columna —aunque sin mencionarla en absoluto en el texto—, busqué información y descubrí asombrado que se trata de una barcelonesa, famosa como secuestradora y proxeneta de niños y niñas, acusada de ser la asesina en serie que mató al menos a 12 chiquillos hasta que fue detenida en 1912.

Me pregunto qué habría dicho la opinión pública catalana si el autor de este panfleto contra la chiquillería hubiera sido alguien como, por ejemplo, Fernando Sánchez Dragó. Que yo sepa, contra Monzó, no rechistó nadie.

Algunas personas podrían argumentar que Monzó es un humorista y que lo he malinterpretado. Sí, lo parece, lo suyo podría ser humor negro costumbrista, pero en este caso creo que el texto carece sutilidad para ser considerado humorístico. Y una cosa es colar al lector, dentro de algún tópico más o menos rancio, una dosis de mala leche menos o más inteligente, y otra es tener mala sangre y exhibirla... como de hecho hace menudo.

Quim Monzó me parece el típico postmoderno carca, siempre tan escéptico y cínico con todo, excepto con el capitalismo en general y con ciertos poderes políticos y fácticos catalanes, claro, y posiblemente por eso un personaje tan querido por la Cataluña conservadora y conformista que, para no aburrirse y sentirse un poquito transgresora, debe leer muy a gusto los artículos de este «grand-père terrible», travieso, pero inocuo para sus intereses.

Que continúe, pues, su cruzada contra «la chusma» que tanto parece molestar a un excelso como él, respeto su libertad de expresión, pero echo de menos que alguien, con suficiente prestigio y formación intelectual, le recrimine de tanto en tanto la banalidad de sus anatemas y la chulería de sus maneras. O, mejor aún, que la voz de la sociedad civil le reclamara la adopción de una actitud responsable ante el contexto y los eventos sociales de nuestro tiempo —que ya son bastante convulsos—, y que ya que pretende ejercer una crítica de las costumbres, que se deje de procacidades y que procure acompañar sus juicios de propuestas basadas en valores constructivos... ¿Nos decidimos a hacerlo?



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