El mundo está lleno de una chiquillería absolutamente molesta, y eso de que en catalán se llame canalla a los niños lo encuentro realmente
acertado. Este verano he hecho un viaje en avión a EEUU y detrás de mí una niña
no paraba de molestarme atizando patadas al respaldo de mi asiento, así que en
venganza solté mis 110 kilos contra el respaldo con tal fuerza que retrocedió
bruscamente, medio metro como mínimo. La madre de la niña comenzó a quejarse,
pero yo no me corté en absoluto y la envié a cagar a ella y a su hija. Díos
mío, ¡qué daño hizo Margaret Thatcher cuando abolió el castigo corporal en las
escuelas británicas!
¿Qué? ¿Continúo? Supongo que a estas alturas os estaréis preguntándose
cómo he podido escribir eso y cómo es posible que se me haya publicado. Seguro
que pensáis que yo sí que soy una mala persona, un miserable, un maldito
canalla, ¿verdad?
Tranquilos, eso no lo he escrito yo, se trata de una paráfrasis de
parte del artículo «In memoriam Enriqueta Martí», de Quim Monzó, que publicó La
Vanguardia en septiembre de 2013.
Y, mirad, deseoso de saber quién era la persona a la que Monzó le
dedicaba esa desagradable columna —aunque sin mencionarla en absoluto en el
texto—, busqué información y descubrí asombrado que se trata de una
barcelonesa, famosa como secuestradora y proxeneta de niños y niñas, acusada de
ser la asesina en serie que mató al menos a 12 chiquillos hasta que fue
detenida en 1912.
Me pregunto qué habría dicho la opinión pública catalana si el autor
de este panfleto contra la chiquillería hubiera sido alguien como, por ejemplo,
Fernando Sánchez Dragó. Que yo sepa, contra Monzó, no rechistó nadie.
Algunas personas podrían argumentar que Monzó es un humorista y que lo
he malinterpretado. Sí, lo parece, lo suyo podría ser humor negro costumbrista,
pero en este caso creo que el texto carece sutilidad para ser considerado
humorístico. Y una cosa es colar al lector, dentro de algún tópico más o menos
rancio, una dosis de mala leche menos o más inteligente, y otra es tener mala
sangre y exhibirla... como de hecho hace menudo.
Quim Monzó me parece el típico postmoderno carca, siempre tan
escéptico y cínico con todo, excepto con el capitalismo en general y con
ciertos poderes políticos y fácticos catalanes, claro, y posiblemente por eso
un personaje tan querido por la Cataluña conservadora y conformista que, para
no aburrirse y sentirse un poquito transgresora, debe leer muy a gusto los
artículos de este «grand-père terrible»,
travieso, pero inocuo para sus intereses.
Que continúe, pues, su cruzada contra «la chusma» que tanto parece
molestar a un excelso como él, respeto su libertad de expresión, pero echo de
menos que alguien, con suficiente prestigio y formación intelectual, le
recrimine de tanto en tanto la banalidad de sus anatemas y la chulería de sus
maneras. O, mejor aún, que la voz de la sociedad civil le reclamara la adopción
de una actitud responsable ante el contexto y los eventos sociales de nuestro
tiempo —que ya son bastante convulsos—, y que ya que pretende ejercer una
crítica de las costumbres, que se deje de procacidades y que procure acompañar
sus juicios de propuestas basadas en valores constructivos... ¿Nos decidimos a
hacerlo?
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