A la memoria de Cesc Aldea (1957-1982)
Yo arrebaté aquel árbol a la tierra y le otorgué función y forma nuevas. Ya sin vida, jamás azar alguno reunirá lo que ahora son despojos: fragmentos astillados que se esparcen, inermes, en la cresta de las olas.
Azul y negro, el mar, azul y blanco, bajo la helada luz de los astros.
Allí donde las olas son flagelo, imagino a los hoscos confinados. Unos, ensimismados, ponen todo su empeño en la quimera más estéril. Otros, mezquinos, saben y en silencio celebran el fracaso del que huía, como ellos prisionero. Pero a nadie condeno, pues ahora me subyuga la calma liviandad en que reposo.
Enmudezco… Jamás azar alguno volverá a concebir el cuerpo inerte en que ya mi conciencia se disipa.
Azul y negro, el mar, azul y blanco, bajo la helada luz de los astros.
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