El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


lunes, 24 de enero de 2011

MOLOC (1986)

Abre los ojos: sin transición entre el sueño y la vigilia, ha advertido su presencia en un nuevo día.
Nada lo aflige, ningún recuerdo lo inquieta. El futuro no existe más allá del instante.
Recostado, goza percibiendo las cosas que son: la caricia del sol y la tibieza de la brisa que penetran por la ventana, las formas amables de los objetos que lo rodean, la voz de los seres queridos...

Pero al hombre le acontece todo lo contrario.
Caóticamente ¾desincronizados¾ sus sentidos lo incorporan al flujo de lo cotidiano. Con la conciencia turbia, se le agrega; contra su voluntad, incluso contra su naturaleza primigenia.
Un acto reflejo, fruto de una voluntad extraña, de naturaleza artificial.

Súbitamente, con entusiasmo, ha abandonado el lecho y avanza por el corredor con paso inexperto.
En la cocina, cálida y placentera, los jóvenes padres han interrumpido su actividad amortiguada y vuelven los rostros hacia su esperada presencia.
Sonríe al contemplar la figura de los seres que lo aman, que lo satisfacen cuando tiene hambre o frío, que lo asisten cuando precisa ayuda.
Y al silencio y a la calma que imperaban en esa habitación, suceden exclamaciones y palabras de dulce entonación, caricias y abrazos jubilosos.

Los pasos del hombre parecen firmes. La costumbre confiere rotundidad a sus actos. Por eso, ni tropieza ni yerra ningún movimiento, aunque mire sin ver y actúe sin pensar.
Pero en su conciencia, como todas las mañanas, la rutina del naufragio hace rular monólogos expiatorios, obsesiones devastadoras, imágenes rasgadas...
Quizá debiera detenerse. Admitir que la angustia lo corroe con un dolor obstinado, ineluctable. Negarse a proseguir. Caer acurrucado y gritar escondiendo el rostro entre los puños. Gritar como un loco, hasta quedarse sin fuerzas. Aullar como un animal que se niega a avanzar en círculos hacia la desolación.

Asomado a la ventana que da al patio, contempla la forma cambiante de las nubes o los reflejos de la luz en un charco de agua.
El mundo lo fascina. Desea saber, dominar el secreto de los movimientos y de las formas, conocer el cómo y el porqué de la sucesión de las cosas. Lo desea como sólo puede desearlo un ser que no conoce aún ni el temor ni el vértigo ante el vacío que se oculta tras el espejismo.
Goza del fluir de la vida. Todavía no sabe que el tiempo no es sino dolor.

Rehúye pensar en ello y nada lo revela en su apariencia, pero vive huyendo.
Inútilmente, intenta disipar  algo de su angustia con el cansancio.
Debería renunciar al embrutecimiento con el que se insensibiliza. Debería aceptar todo el dolor y ¾volviendo lentamente sobre sus pasos— enfrentarse al mundo, a la vida, a su conciencia.
Porque si un hombre se niega a seguir agonizando en círculos, bien puede precipitarse en el abismo; pero también  ¾¿por qué no?¾  podría deslizarse con amarga serenidad a través de la incertidumbre, hallar en la contemplación  del enigma mismo la armonía oculta de su tragedia.
Con paso nervioso, se dirige a su vehículo y pone en marcha el motor con un espasmo. Teme llegar tarde a su cita cotidiana con la inmolación.

Nunca conocerá la huella del tiempo, porque ha sabido abrir una puerta, porque va a aventurarse a cruzar la calle ¾nunca podrá decirnos para qué¾, porque va a encontrar en su trayecto, en el final de su trayecto, a un hombre que sabe que es más fácil huir que bordear el límite entre lo posible y el sueño.
Nunca conocerá el rostro terrible y oculto de la vida. Nunca verá cómo los espejismos se derrumban, ni temblará sobre el abismo. Ya no conocerá ni la ensoñación ni el desengaño.
Nunca advertirá cómo los seres amados se marchitan, presos en la vorágine, transitando absurdamente la sobra de sus días.
Nunca lo asfixiarán ni la angustia ni el miedo ni la tiniebla.
Nunca sufrirá dolor.

1 comentario:

  1. Dijo un amigo: «Patético. De fanzine heavy». Y una escritora profesional sentenció: «Tu de què vas? Et penses que ets un artista?».
    La vida es así: uno desea ser algo para lo que sin duda no sirve e ignora aquello para lo que quizá sí serviría.

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