Si uno pudiera ser un caballo sin jinete, trotando obstinado hacia una cumbre siempre inaccesible, contra el viento, trotando obstinado hacia una luz siempre fugitiva, dispuesto a detenerse sólo ante la muerte, cabalgando hasta la extenuación, sin riendas, sin bridas, sin espuelas, fieramente avanzando —alegremente, como un ángel vencido— hacia la muerte...
Si uno apenas viera ante sí nada más que la caída y no cejara en su empeño, la vida se estaría viviendo entonces como un acto supremo de dominio... Si uno apenas viera ante sí nada más que la noche más obscura y no cejara en su entusiasmo, la vida se estaría viviendo entonces como un acto máximo de fuerza... ¿Lo comprendes?
Si uno pudiera ser un caballo heroico que corre hacia una luz cegadora, ¡qué sensación voluptuosa de eternidad!
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