Las noches de verano, de madrugada, se oían los
gritos de la madre. Insultos, reproches, meros bramidos… Una disputa antigua, un
conflicto de familia enquistado desde alguna herencia desafortunada, una
conflagración demasiado intensa para ser un simple enfrentamiento entre vecinos.
La casa parecía la causa del problema. «¡La barraca,
la barraca, hijadeputa, la barraca, ahora quiere la barraca», chillaba y el
viento llevaba su voz hasta los confines del barrio.
Pero… ¿qué barraca?
Pero… ¿qué barraca?
Primero murió el padre. Un gigante viejo y silencioso
al que había visto algunas noches, deslizándose, pegado a las fachadas de las
casas. Murió… o desapareció, ¿quién sabe? En todo caso, la madre, libre de las obligaciones domésticas, empezó a
frecuentar la calle. Desencadenada su locuacidad, desparramaba sus reivindicaciones entre los transeúntes
que la esquivaban sin mirarla siquiera al rostro.
Fue entonces cuando el hijo, triste y bovino, empezó
a volver tarde a casa, de madrugada, ebrio, vacilante.
Un día nos dimos cuenta que también había desaparecido
la madre, pero el hijo siguió volviendo de madrugada, ya totalmente borracho,
tropezando con los árboles, cayendo de bruces, en silencio.
Nunca había sido gran cosa, le conocía de vista desde
que éramos adolescentes. Las muchachas del Centro comentaban entre risas sus mil y una rarezas, pero sólo recuerdo de forma
imprecisa que explicaban como sus enormes bocadillos estaban rellenos de un
revoltillo inverosímil de restos.
Jamás oí su voz.
Jamás oí su voz.
La casa es insólita, algo así como una excrecencia surgida en un costado del edificio principal, un primer piso minúsculo con
entrada por un patio extraño, como un patio de luces que colindara con
la calle. El resto del edificio siempre me ha parecido deshabitado aunque aún ahora, a veces,
de noche, se filtran una luz ténue por las rendijas de las persianas. La
puerta principal, siempre cerrada, tiene marcas de fuego y humo que nadie se ha
preocupado en eliminar desde que alcanza mi recuerdo.
Un día, una ambulancia y tres o cuatro coches de policía se estacionaron
ante la casa. En el barrio se dijo que lo habían encontrado muerto. Sí, hacía días
que había observado un enjambre de moscas entrando y saliendo por la ventana
abierta de su habitación, lo había intuido.
Desde entonces la casa permanece abandonada y desde
la calle, por la ventana abierta, se ve una bombilla sin lámpara colgando del
techo. Solitaria.
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