«Decision», Lesley Oldaker (2013) |
LOS
SONIDOS DE LA NOCHE
Cuando
llegué a Grisalla, venía de un lugar donde jamás llueve, donde en verano el
suelo ardiente quema a través de la suela de las sandalias. Y llegué
precisamente un día antes de la gran nevada.
Aquellos
inviernos tan fríos y obscuros. El escozor ardiente en la nariz y las orejas, y
en los dedos de los pies y las manos. Las paredes de casa húmedas, rezumantes.
Recuerdo aquellas noches de sábanas heladas, bajo el peso aplastante de las
mantas rústicas y con el viento glacial que llegaba hasta mi cabeza desde la
calle a través de una grieta en la pared.
El
suelo mugriento de las calles del barrio. Las miradas ausentes, cabizbajas, de
los transeúntes. La procesión en silencio, al ritmo del monótono de las
máquinas, desde la tristeza del hogar en camino hacia la angustia de la
fábrica.
El
colegio terrible. Los pequeños hacinados, sin patio, sin luz en las aulas. La
atmósfera densa, gelatinosa. La violencia, presente en cada instante, de los
adultos contra los menores y entre los mismos compañeros. Insultos,
humillaciones, suplicios mezquinos, golpes.
Y
en una primavera de aquella infancia me desperté en medio del silencio de la
noche y oí, —traído por una brisa suave y templada— el sonido de la sirena lejana
de un tren en marcha.
¡Oh!
En un instante de vigilia nocturna, como en un ensueño, intuir paisajes,
árboles, bosques, montañas, llanos, puestas de sol, amaneceres, cielos
abiertos, ciudades, aldeas, granjas, nuevos horizontes, otros mundos, otras gentes…
Un instante de esperanza. La promesa de un mañana luminoso y feliz.
Lo
recuerdo en esta madrugada de insomnio, rodeado de todas las comodidades, cuando
a través del aire estancado me llega un zumbido que se surge desde las calles
de Grisalla, desde su subsuelo, desde sus barrios periféricos, desde sus
entrañas, y que se esparce mas allá de sus límites, a lo largo de las
nervaduras de asfalto que la atraviesan y la rodean, para atravesar los
terrenos baldíos que se extienden hasta la próxima ciudad crepuscular.
Un
zumbido casi inaudible, pero que proviene de todas partes, que me penetra, que
se convierte en bramido, sin principio ni fin, que ruge, aprisionado en un
bucle, que ruge dentro de mi mente.
El
sonido de un mundo triste, sin futuro, en ruinas, sin esperanza, en marcha
siempre hacia la nada… sin alcanzarla jamás.
Sin
embargo, que ese sea nuestro destino no tiene mucha importancia. ¿Acaso
fracasar no es la esencia de la condición humana?
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