El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


miércoles, 3 de enero de 2018

LOS SONIDOS DE LA NOCHE (2017)


«Decision», Lesley Oldaker (2013)

LOS SONIDOS DE LA NOCHE

Cuando llegué a Grisalla, venía de un lugar donde jamás llueve, donde en verano el suelo ardiente quema a través de la suela de las sandalias. Y llegué precisamente un día antes de la gran nevada.

Aquellos inviernos tan fríos y obscuros. El escozor ardiente en la nariz y las orejas, y en los dedos de los pies y las manos. Las paredes de casa húmedas, rezumantes. Recuerdo aquellas noches de sábanas heladas, bajo el peso aplastante de las mantas rústicas y con el viento glacial que llegaba hasta mi cabeza desde la calle a través de una grieta en la pared.

El suelo mugriento de las calles del barrio. Las miradas ausentes, cabizbajas, de los transeúntes. La procesión en silencio, al ritmo del monótono de las máquinas, desde la tristeza del hogar en camino hacia la angustia de la fábrica.

El colegio terrible. Los pequeños hacinados, sin patio, sin luz en las aulas. La atmósfera densa, gelatinosa. La violencia, presente en cada instante, de los adultos contra los menores y entre los mismos compañeros. Insultos, humillaciones, suplicios mezquinos, golpes.

Y en una primavera de aquella infancia me desperté en medio del silencio de la noche y oí, —traído por una brisa suave y templada— el sonido de la sirena lejana de un tren en marcha.

¡Oh! En un instante de vigilia nocturna, como en un ensueño, intuir paisajes, árboles, bosques, montañas, llanos, puestas de sol, amaneceres, cielos abiertos, ciudades, aldeas, granjas, nuevos horizontes, otros mundos, otras gentes… Un instante de esperanza. La promesa de un mañana luminoso y feliz.

Lo recuerdo en esta madrugada de insomnio, rodeado de todas las comodidades, cuando a través del aire estancado me llega un zumbido que se surge desde las calles de Grisalla, desde su subsuelo, desde sus barrios periféricos, desde sus entrañas, y que se esparce mas allá de sus límites, a lo largo de las nervaduras de asfalto que la atraviesan y la rodean, para atravesar los terrenos baldíos que se extienden hasta la próxima ciudad crepuscular.

Un zumbido casi inaudible, pero que proviene de todas partes, que me penetra, que se convierte en bramido, sin principio ni fin, que ruge, aprisionado en un bucle, que ruge dentro de mi mente.
El sonido de un mundo triste, sin futuro, en ruinas, sin esperanza, en marcha siempre hacia la nada… sin alcanzarla jamás.



Sin embargo, que ese sea nuestro destino no tiene mucha importancia. ¿Acaso fracasar no es la esencia de la condición humana?


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