El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


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sábado, 18 de enero de 2020

PRESOS Y PRISIONES (2019)



PRESOS Y PRISIONES

¿Presos políticos? ¿Políticos presos? Este desacuerdo en la calificación de los independentistas catalanes encarcelados ha sido motivo de debate. Pero... ¿importa el orden de estas palabras? Para mí, en absoluto, porque la palabra fundamental de este par de expresiones —y sobre la que debemos centrar nuestra atención— es esta: presos.

Pensemos en los presos, en todos los presos, es decir, en personas privadas de libertad, separadas de manera forzada de sus familias, amistades y círculos sociales, personas a las que —bajo el pretexto de disuadirlas de cometer actos contrarios al bien común o de reeducarlas para reinsertarlas a la sociedad— se castiga de manera inhumana y se les produce un daño de difícil curación, tanto físico como psicológico.

Puede que alguien conciba la cárcel como una institución degradante cuando se encierra a unos políticos que, según su criterio, han sufrido un trato injusto, ¿pero no es cierto tal vez que una gran parte de los presos sociales también sufren un trato injusto, ya que son personas con discapacidades  intelectuales o psíquicas, o que proceden de familias desestructuradas o de contextos de pobreza y marginación? ¿No somos todos responsables, al menos en parte, que en nuestra sociedad no se haga nada o casi nada para evitar que estas personas cometan delitos? ¿Podemos aceptar de manera despreocupada la existencia de las cárceles hasta el día que afecte a un familiar o amigo nuestro? ¿Podemos seguir ignorando los problemas sociales que conlleva el capitalismo? ¿Si no hay justicia social, puede ser justa la Justicia?

¿Y qué decir de la situación de aquellas otras personas que se han equivocado una sola vez, que han cometido un primer delito en un momento de ofuscación? ¿Qué se debe hacer? ¿Recluirlas en un lugar que Piotr Kropotkin definió como la universidad del crimen, el lugar donde se mezclarán —quizás sólo a la espera de su primer juicio— con delincuentes expertos?

¿Qué hacer con y para las personas encarceladas? Hace muchos años un compañero de más edad me dijo: «Cuando triunfe el comunismo libertario, cuando desaparezca el sistema capitalista, desaparecerán las cárceles y nadie será preso en ellas». Por supuesto, ¿pero qué tenemos que hacer mientras tanto? ¿Debemos esperar de brazos cruzados a ese futuro impreciso?

Quizás haya quien crea que la cárcel es una institución degradante, pero necesaria e inevitable; pero en otras épocas también debían parecer necesarios e inevitables los suplicios como recibir azotes en público y a continuación ser paseado por las calles y escarnecido; las ejecuciones públicas en la hoguera, la horca o por decapitación ofrecidas como espectáculo; las mutilaciones y los desmembramientos; la exposición en lugares de paso de los cadáveres de los reos o de sus miembros descuartizados ... y, por fortuna, todas estas atrocidades han desaparecido en nuestras sociedades y nadie las echa de menos.

Creo que es posible plantearse un proceso de abolición de los encarcelamientos en que, en una primera etapa, se redujeran de forma progresiva los ámbitos delictivos que conllevan condenas de privación de libertad. Se podría empezar por los delitos contra el patrimonio y los socioeconómicos —que constituyen un tercio de todos los que se cometen en España— si a las personas condenadas se les aplicara como correctivo la realización tutelada de trabajos para el bien de la comunidad o de las personas victimizadas, una opción que podría ser realmente rehabilitadora si de manera paralela se ejecutaran políticas encaminadas a conseguir la disminución de las desigualdades sociales y un reparto justo de la riqueza.

Es cierto, sin embargo, que cuando estos delitos socioeconómicos los cometan especuladores o políticos y empresarios corruptos resultará más difícil conseguir su rehabilitación, ya que de ninguna manera podemos atribuir la motivación de su comportamiento delictivo a la necesidad, sino a la ausencia de valores éticos.

Un colectivo de personas encarceladas a quien en un buen número se podría evitar la privación de libertad sería el de las que tienen enfermedades mentales, en las  que la causa de su conducta conflictiva se encuentra en su trastorno mal tratado. Si se tiene en cuenta que el 10% de los presos del Estado tiene alguna afección mental, no resulta tan extraño pensar que se podría reducir su número si de manera previa fueran atendidos por un sistema sanitario público de calidad.

Y cuando se tratase de personas con comportamientos violentos que hayan derivado en delitos de lesiones o de violencia de género, para evitar reincidencias, se debería intentar corregir su comportamiento mediante una asistencia psicológica rehabilitadora, intensa e individualizada.

Está claro que hay ocasiones en que, por el contexto y la desmesura de un tipo de delito, podemos pensar que quienes lo cometen difícilmente pueden ser rehabilitados: genocidio, asesinato en serie, trata de seres humanos, agresión sexual reiterada, delito de lesiones agravado por alevosía y ensañamiento, terrorismo de Estado o violencia grave indiscriminada, crimen organizado ... naturalmente, ¿por qué negarlo? En estos casos, no parece existir una alternativa ni fácil ni inmediata, pero incluso así, ¿por qué no intentarlo?

Finalmente, sugiero un primer paso hacia la abolición de las cárceles que, por supuesto, sería el de la prevención mediante el refuerzo de la responsabilidad de las familias —sobre todo si se las liberase de la lacra de la explotación, la precariedad y las jornadas laborales extenuantes— en la educación en valores éticos de los menores, de la implicación en este mismo sentido de la gente del vecindario o del barrio y, sobre todo, con el compromiso de la Escuela, una institución que ahora mismo se proyecta cada vez más en función de los intereses de mercado que de las necesidades sociales e individuales.

Jordi F. Fernández Figueras

Versión en castellano de un texto publicado en 
Diari de Terrassa, 15 de enero de 2020, 
i en Catalunya, enero de 2020

jueves, 16 de enero de 2020

PRESOS I PRESONS (2019)


PRESOS I PRESONS

Presos polítics? Polítics presos? Aquest desacord en la qualificació dels independentistes catalans empresonats ha estat motiu de debat. Però ... importa l'ordre d'aquestes paraules? Per a mi, en absolut, perquè la paraula fonamental d'aquest parell d'expressions —i sobre la qual hem de centrar la nostra atenció— és aquesta: presos.
Pensem en els presos, en tots els presos, és a dir, en persones privades de llibertat, separades de manera forçada de les seves famílies, amistats i cercles socials, persones a qui —sota el pretext de dissuadir-les de cometre actes contraris al bé comú o de reeducar-les per reinserir-les a la societat— es castiga de manera inhumana i se'ls produeix un dany de difícil curació, tant físic com psicològic.
Pot ser que algú concebi la presó com una institució degradant quan s'hi tanca uns polítics que, segons el seu criteri, han sofert un tracte injust, però no és cert potser que una gran part dels presos socials també pateixen un tracte injust, ja que són persones amb discapacitats intel·lectuals o psíquiques, o que procedeixen de famílies desestructurades o de contextos de pobresa i marginació? No som tots responsables, almenys en part, que en la nostra societat no es faci res o gairebé res per evitar que aquestes persones cometin delictes? Podem acceptar de manera despreocupada l'existència de les presons fins al dia que afecti un nostre familiar o amic? Podem seguir ignorant els problemes socials que comporta el capitalisme? Si no hi ha justícia social, pot ser justa la Justícia?
I què dir de la situació d'aquelles altres persones que s'han equivocat un sol cop, que han comès un primer delicte en un moment d'ofuscació? Què se n'ha de fer? Recloure-les en un lloc que Piotr Kropotkin va definir com la universitat del crim, el lloc on es barrejaran —potser tan sols a l'espera del seu primer judici— amb delinqüents experts?
Què fer amb i per les persones empresonades? Fa molts anys un company més gran em va dir: «Quan triomfi el comunisme llibertari, quan desaparegui el sistema capitalista, desapareixeran les presons i ningú serà pres en elles». Per descomptat, però què hem de fer mentrestant? Hem d'esperar de braços creuats aquest futur imprecís?
Potser hi ha qui creu que la presó és una institució degradant, però necessària i inevitable; però en altres èpoques també devien semblar necessaris i inevitables els suplicis com ara rebre assots en públic i després ser passejat pels carrers i escarnit; les execucions públiques a la foguera, la forca o per decapitació ofertes com a espectacle; les mutilacions i els desmembraments; les exposicions en llocs de pas dels cadàvers dels reus o dels seus membres esquarterats... i, per fortuna, totes aquestes atrocitats han desaparegut en les nostres societats i ningú les troba a faltar.
Crec que és possible plantejar-se un procés d'abolició dels empresonaments en què, en una primera etapa, es reduïssin de forma progressiva els àmbits delictius que comporten condemnes de privació de llibertat. Es podria començar pels delictes contra el patrimoni i els socioeconòmics —que constitueixen un terç de tots els que es cometen a Espanya— si a les persones condemnades se'ls apliqués com a correctiu la realització tutelada de treballs per al bé de la comunitat o de les persones victimitzades, una opció que podria ser realment rehabilitadora si de manera paral·lela s'executessin polítiques encaminades a aconseguir la disminució de les desigualtats socials i un repartiment just de la riquesa.
Prou és veritat que quan aquests delictes socioeconòmics els cometen especuladors o polítics i empresaris corruptes resultarà més difícil aconseguir la seva rehabilitació, ja que de cap manera podem atribuir la motivació del seu comportament delictiu a la necessitat, sinó a l'absència de valors ètics.
Un col·lectiu de persones empresonades a qui en un bon nombre se'ls podria evitar la privació de llibertat seria el de les qui tenen malalties mentals, en què la causa de la seva conducta conflictiva es troba en el seu trastorn mal tractat. Si es té en compte que el 10% dels presos de l'Estat tenen alguna afecció mental, no resulta tan estrany pensar que se'n podria reduir el nombre si de manera prèvia fossin atesos per un sistema sanitari públic de qualitat.
I quan es tracti de persones amb comportaments violents que hagin derivat en delictes de lesions o de violència de gènere, per evitar reincidències, s'hauria d'intentar corregir-ne el comportament mitjançant una assistència psicològica rehabilitadora, intensa i individualitzada.
És clar que hi ha ocasions en què, pel context i la desmesura d'un tipus de delicte, podem pensar que els qui el cometen difícilment poden ser rehabilitats: genocidi, assassinat en sèrie, tracta d'éssers humans, agressió sexual reiterada, delicte de lesions agreujat per traïdoria i acarnissament, terrorisme d'Estat o violència greu indiscriminada, crim organitzat...naturalment, per què negar-ho? En aquests casos, no sembla haver-hi alternativa ni fàcil ni immediata, però fins i tot així, per què no intentar-ho?
Finalment, suggereixo un primer pas cap a l'abolició de les presons que, per descomptat, seria el de la prevenció mitjançant el reforç de la responsabilitat de les famílies —sobretot s'alliberessin de la xacra de l'explotació, la precarietat i les jornades laborals extenuants— en l'educació en valors ètics dels menors, de la implicació en aquest mateix sentit de la gent del veïnat o del barri  i, sobretot, amb el compromís de l'Escola, una institució que ara mateix es projecta cada vegada més en funció dels interessos de mercat que de les necessitats socials i individuals.
Jordi F. Fernández Figueras
Publicat a Diari de Terrassa, 15 de gener de 2020,
i a Catalunya, gener de 2020

sábado, 17 de octubre de 2015

EL ÚNICO QUE APLAUDÍA (2015)


Xavier Sala i Martín

EL ÚNICO que aplaudía

¿Conocéis la película The Kid (1921), de Charles Chaplin? De niño había visto muchas películas protagonizadas por Charlot, pero por algún motivo extraño a ésta no la había visto hasta hace poco.

En The Kid, los personajes principales viven inmersos en la miseria y realizan acciones censurables debido a la necesidad: acosada por la marginación, Edna, la madre del muchacho, lo abandona recién nacido en la puerta de una mansión señorial, y Charlot, el vagabundo que por azar recoge a la criatura, perpetra pequeñas picardías que les permiten comer y tener un techo.

Chaplin cierra la historia con un final feliz, pero no por ello es menos aterradora la denuncia de una pobreza que él mismo había vivido en su persona, así como resulta innegable que la buena fortuna que, por casualidad, acompaña al final los protagonistas no puede hacer olvidar el carácter inhumano del sistema económico liberal, que en nombre de la libertad de una minoría condena a la precariedad la mayoría de la población.

Hay un cierto paralelismo entre The Kid y el Lazarillo de Tormes. Los protagonistas son marginados que malviven gracias a pequeñas granujadas. Para poder comer, Charlot rompe los cristales de las casas de los obreros para reponerlos a continuación y Lazarillo roba parte de la pitanza y la bebida del ciego avaro y despiadado al que acompaña. No son ni mentes criminales ni parásitos sociales, sino desesperados que luchan para sobrevivir.

Quien ve la película no puede dejar de simpatizar con Charlot, acorralado por un sistema social deshumanizado, aunque las víctimas de sus acciones sean gente de su misma condición, y tiene que alegrarse de los fracasos del policía que lo persigue. Del mismo modo, quien lee la narración no puede dejar de alegrarse de la pequeña venganza del chico maltratado, Lazarillo, sobre el ciego, aunque este no deja de ser también víctima del mismo sistema.

En la escuela leí el Lazarillo y ese fue seguramente un factor importante para que alcanzara una visión determinada del mundo. El texto denuncia la miseria y el hambre que padece el pueblo llano, el falso concepto del honor y el menosprecio de los hidalgos por el trabajo, la falta de espíritu cristiano del clero... y el final de su protagonista, con su integración ya envilecido al rebaño de los que se tragan la opresión y la humillación a cambio de pequeños privilegios, es un aviso sobre qué tipo de farsa nos rodea y que nos espera si no nos rebelamos contra los poderosos.

En el Lazarillo no hay un final feliz al estilo de la industria del cine de EEUU, hay una visión realista —y por lo tanto pesimista— del destino de los humildes en una sociedad dividida entre privilegiados y oprimidos. Si resulta triste que Lazarillo le rompa la mollera a su dueño por maltratador, más triste es que, de adulto, Lázaro consienta en llevar cuernos a cambio de la estabilidad que le proporciona la protección interesada de un arcipreste lascivo.

Pero, claro, no todo el mundo tiene porqué compartir mi opinión sobre el asunto. Tenemos, por ejemplo, el punto de vista de Xavier Sala i Martín. La verdad es que no suelo escucharlo nunca —ya le he sufrido lo suficiente— y cuando me lo encuentro haciendo zapping, ¡manos para qué os quiero!, cambio de canal rápido, pero en un par de ocasiones le he oído criticar que se haga leer el Lazarillo a los estudiantes españoles. Según él, por ese motivo los españoles encuentran divertido robar y admiran a los ladrones. También lo ha expresado por escrito muchas veces, con una cierta pertinacia: «En España hay toda una literatura que la gente encuentra divertidísima, la picaresca, en la que los ladrones son los héroes. Le roban a un ciego y todos se lo pasan teta. "Mira, mira qué divertido, le roban a un ciego"».

Soy una persona sólo con un poco de cultura general, pero sé de sobras que, con alguna excepción, toda la literatura picaresca, especialmente el Lazarillo, es una amarga reflexión sobre la descomposición de los valores colectivos y la corrupción de todas las clases sociales en el seno del Estado Imperial, y al mismo tiempo un llamamiento a la necesidad de la regeneración social y una reivindicación de la dignidad humana.

Diría que Sala i Martín, cargado de prejuicios, ni ha entendido el sentido profundo del Lazarillo ni tampoco le ha pasado por la cabeza que la interpretación de una mayoría de los lectores pueda ser diferente de la que tiene formada en su mente, que, al parecer, carece de generosidad moral.

No dudo que con esta visión del mundo tan simple y mezquina, Sala i Martín, cuando era niño, debía de ser el único que en un cine aplaudía cuando el policía pilla al pobre Charlot.

Jorge F. Fernández Figueras

Publicado en Diari de Terrassa, 14 de octubre de 2015,
y en Catalunya, diciembre de 2015.

miércoles, 14 de octubre de 2015

L'ÚNIC QUE APLAUDIA (2015)


L'ÚNIC QUE APLAUDIA

Coneixeu la pel·lícula The Kid (1921), de Charles Chaplin? Jo de petit havia vist moltes pel·lícules protagonitzades per Charlot, però per algun motiu estrany aquesta no l'he visionat fins fa poc.
A The Kid, els personatges principals viuen immersos en la misèria i realitzen accions censurables a causa de la necessitat: assetjada per la marginació, Edna, la mare del vailet, l'abandona acabat de néixer a la porta d'una mansió senyorial, i Charlot, el vagabund que per atzar recull el vailet, fa petites trapelleries que els permeten menjar i tenir un sostre.
Chaplin clou la història amb un final feliç, però no per això és menys esfereïdora la denúncia d'una pobresa que ell mateix havia viscut en la seva persona, així com resulta innegable que la bona fortuna que, per casualitat, acompanya al final els protagonistes no pot fer oblidar el caràcter inhumà del sistema econòmic lliberal, que en nom de la llibertat d'una minoria condemna a la precarietat la majoria de la població.
Hi ha un cert paral·lelisme entre The Kid i el Lazarillo de Tormes. Els protagonistes són marginats que malviuen gràcies a petites murrieries. Per poder menjar, Charlot trenca els vidres de les cases dels obrers per reposar-los a continuació i Lazarillo roba part de la pitança i la beguda del cec avar i despietat que acompanya. No són ni ments criminals ni paràsits socials, sinó desesperats que lluiten per sobreviure.
Qui veu la pel·lícula no pot deixar de simpatitzar amb Charlot, acorralat per un sistema social deshumanitzat, tot i que les víctimes de les seves accions siguin gent de la seva mateixa condició, i ha d'alegrar-se dels fracassos del policia que el persegueix. De la mateixa manera, qui llegeix la narració no pot deixar d'alegrar-se de la petita venjança del noi maltractat, Lazarillo, sobre el cec, tot i que aquest no deixa de ser també víctima del mateix sistema.
A l'escola vaig llegir el Lazarillo i aquest va ser segurament un factor important perquè assolís una visió determinada del món. El text denuncia la misèria i la fam que pateix el poble pla, el fals concepte de l'honor i el menyspreu dels gentilhomes pel treball, la manca d'esperit cristià del clericat... i el final del seu protagonista, amb la seva integració ja envilit al ramat dels qui s'empassen l'opressió i la humiliació a canvi de petits privilegis, és un avís sobre quina mena de farsa ens envolta i què ens espera si no ens rebel·lem contra els poderosos.
Al Lazarillo no hi ha un final feliç a l'estil de la indústria del cinema dels EUA, hi ha una visió realista —i per tant pessimista— del destí dels humils en una societat dividida entre privilegiats i oprimits. Si resulta trist que Lazarillo li trenqui la closca al seu amo per maltractador, més trist és que, d'adult, Lázaro consenti portar banyes a canvi de l'estabilitat que li proporciona la protecció interessada d'un arxiprest lasciu.
Però, clar, no tothom ho ha de veure com jo. Tenim, per exemple, el punt de vista de Xavier Sala i Martín. La veritat és que no acostumo a escoltar-me'l mai —ja me'l conec prou— i quan me'l trobo fent zapping, mans perquè us desitjo!, canvio de canal ràpid, però un parell de vegades l'he sentit criticar que es faci llegir el Lazarillo als estudiants espanyols. Segons ell, per això els espanyols troben divertit robar i admiren als lladres. També ho ha expressat per escrit força vegades, amb una certa pertinàcia: «En España hay toda una literatura que la gente encuentra divertidísima, la picaresca, en la que los ladrones son los héroes. Le roban a un ciego y todos se lo pasan teta. “Mira, mira qué divertido, le roban a un ciego”».
Sóc una persona només amb una mica de cultura general, però sé de sobres que, amb alguna excepció, tota la literatura picaresca, especialment el Lazarillo, és una amarga reflexió sobre la descomposició dels valors col·lectius i la corrupció de totes les classes socials en el si de l'Estat Imperial, i, alhora, una crida a la necessitat de la regeneració social i una reivindicació de la dignitat humana.
Diria que Sala i Martín, carregat de prejudicis, ni ha entès el sentit profund del Lazarillo ni tampoc li ha passat mai pel cap que la interpretació d'una majoria dels lectors pugui ser diferent de la que té formada dins la seva ment, que, pel que sembla, va força mancada de generositat moral.
No dubto que amb aquesta visió del món tan simple i mesquina, Sala i Martín, quan era infant, devia ser l'únic que en un cinema aplaudia quan el policia enxampa al pobre Charlot.


Jordi F. Fernández Figueras
Publicat a Diari de Terrassa, 14 d'octubre de 2015,
i a Catalunya, desembre de 2015.

lunes, 23 de marzo de 2015

EL LADO OSCURO DEL LIBERALISMO (2015)


El lado obscuro del liberalismo



¿Qué es el liberalismo? Dicen las enciclopedias que es un pensamiento que tiene como objetivo la consecución de la libertad para el individuo. Pues si esa es la respuesta correcta, ¿no resulta extraño que haya personas que lo critiquen? ¿Acaso esas personas son partidarias de las dictaduras o es que el liberalismo tiene un lado obscuro que debe conocerse?

Algunas razones críticas pueden encontrarse, por ejemplo, en el libro Contrahistoria del liberalismo (El Viejo Topo, 2007) de Domenico Losurdo. Desde las primeras páginas, este profesor de filosofía italiano es implacable; revela las ideas concretas y las prácticas cotidianas de destacados liberales —con algunas excepciones, como la de Adam Smith— que en los siglos XVIII y XIX, en el Reino Unido y sus colonias, hacen compatible la defensa de las libertades civiles de los pueblos, las minorías y el individuo con una defensa cerrada de la esclavitud de los negros, una esclavitud hereditaria que algunos políticos proponían ampliar a los blancos pobres, aunque, tal como documenta el historiador Howard Zinn en su obra de lectura imprescindible La otra historia de los Estados Unidos (Hiru, 1999), en el siglo XVII de hecho ya existía la categoría social de los criados contratados, que eran blancos «comprados y vendidos como esclavos» durante los siete años que duraba el contrato de trabajo con el que pagaban el pasaje del barco que los llevaba desde el Reino Unido a las colonias americanas.

Es verdad que los liberales luchan contra cierto tipo de esclavitud... En el siglo XVII, John Locke, el padre ideológico del liberalismo, hace una crítica feroz de la esclavitud política que significa la monarquía absoluta, pero eso no le impide redactar un artículo de la constitución de Carolina que dice así: «Todo hombre libre de Carolina tendrá poder y autoridad absoluta sobre sus esclavos negros». Una defensa de la esclavitud laboral muy coherente, ya que proviene de un hombre que «es accionista de la Royal African Company», una empresa dedicada al tráfico de esclavos.

¿Resulta necesario recordar el trato que dispensaron los liberales de las colonias británicas a los nativos? Es bien conocido: exterminio o confinamiento en tierras estériles. Ya en el siglo XVII la facción liberal puritana emigrada a las colonias americanas comienza su aniquilación después de equipararlos «los cananeos y amalecitas», etnias predestinadas según la Biblia al exterminio, y como ellos nómadas y ocupantes «de las tierras que Dios ha concedido expresamente a los hijos del hombre».

No es extraño, pues, que liberales de este tipo tacharan de déspota a Abraham Lincoln, presidente de EEUU, tal como los neoliberales de hoy califican de dictadores a Chávez y a otros gobernantes latinoamericanos elegidos democráticamente. Para los liberales de los estados del Sur, la defensa de los derechos de las personas que consideraban infrahumanas —negros, nativos y blancos pobres— era una agresión intolerable contra la libertad de comercio y empresa de aquellos que se consideraban únicos integrantes de la humanidad: la nueva aristocracia de los grandes poseedores de plantaciones... y las clases medias —pequeños agricultores, comerciantes y artesanos—, necesarias para mantener su poder y sus riquezas.

Así pues, más allá de las apariencias, estos son los objetivos reales del liberalismo: libertad y riqueza para una minoría, libertad tutelada para las clases medias y opresión y pobreza para las clases populares.

¿Qué es el liberalismo? ¿Podemos decir ahora que es un pensamiento que defiende la libertad y la democracia «para los dueños y señores»? Si es así, al resto de la sociedad no nos queda otra opción que combatirlo sin tregua.

Jordi F. Fernández Figueras


Versión en castellano de un texto publicado en 
Diario de Terrassa, 16 de enero de 2015, 
y en Catalunya, marzo de 2014