El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


domingo, 12 de abril de 2020

DE CAMINO (2020)




DE CAMINO

He atravesado los límites de la ciudad y me hallo en campo abierto.

No recuerdo como he llegado hasta este lugar. Me descubro en medio de terrenos baldíos, cubiertos aquí y allá por matojos secos, yermos. Sin duda he caminado de manera automática, ausente, sin ni siquiera pensamientos.

Inicio el sendero que asciende por una colina que se encuentra a mi derecha. Todo está en calma, en silencio. Avanzo lentamente, con la mirada fija en el camino de tierra que iluminan los rayos de sol del atardecer.

De repente, sin motivo alguno, me aparto del lado del sendero que toca a ladera y, apoyado en la cerca que lo bordea, observo qué se encuentra ahora a mis pies.

Son estanques. Bajo mis ojos se extienden innumerables estanques de agua de todos los tonos del color verde, desde los azulados y obscuros a los amarillentos crepusculares, que se prolongan hasta el horizonte. Como un inmenso paño tejido a lo largo de muchos años y en diversos momentos.

Vuelvo la vista atrás y veo a través de una niebla clara las siluetas difusas de pueblos y ciudades lejanas.

Algo más cerca distingo caminos borrosos y, sobre ellos, figuras blancas que se desplazan lentamente hasta disiparse, hasta convertirse en destellos fugaces y casi transparentes.

Prosigo mi camino, con la mirada fija en el suelo. Cuando la levanto, sin motivo alguno, veo como se alza ante mí, prominente y majestuosa, una montaña obscura, hendida cerca de su cima por una profunda y angosta garganta desde la que se precipita un gigantesco salto de agua.

Un agua que no fluye. Inmóvil, marmórea, helada…  En la calma y el silencio del crepúsculo.

Por fin me hallo ante los confines del país de la soledad y el silencio imperecederos.


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