El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


lunes, 17 de septiembre de 2012

INMIGRACIÓN, MENTIRAS Y DERECHOS HUMANOS (2012)



Interior del Centro de Internamiento de Extranjeros de Madrid


En las dos últimas décadas España ha vivido un alud de inmigrantes, de gente de otros países que ha venido para mejorar su nivel de vida. Nada nuevo, en principio, las migraciones por razones económicas son un fenómeno habitual en la historia reciente de la humanidad: los inmigrantes se desplazan hasta una zona en crecimiento económico y obtienen el trabajo que no encuentran en sus países, pero casi siempre viven una situación de irregularidad y de vulnerabilidad que conlleva que, en relación con los autóctonos, su salario sea más bajo y que sus derechos sociales sean ignorados.

Tampoco es nuevo que para conseguir que sean siempre una mano de obra barata y dócil haya que mantenerlos el máximo de tiempo posible en un estado propicio a la sumisión y la invisibilidad. Sin duda, con este objetivo, las fuerzas políticas mayoritarias del Estado Español establecieron que los inmigrantes estuvieran como mínimo dos años en situación de irregularidad antes de obtener el permiso de residencia. Mientras, pueden sufrir en cualquier momento una detención arbitraria y ser recluidos en un tétrico Centro de Internamiento de Extranjeros, pero incluso después de haber regularizado su situación siguen sufriendo asedio y hostilidad constantes, por ejemplo: cuando se les señala de manera velada desde los medios como responsables de la falta de cohesión social o se los estigmatiza por su habla, su religión, sus costumbres o su aspecto.

De todos modos, las circunstancias cambian y ahora mismo, en estos momentos de grave crisis económica, los inmigrantes estorban a las fuerzas de la oligarquía. Si no se los consideraba del todo personas cuando eran útiles, ahora que ya no se los necesita se los trata casi como trastos. Hay que alejarlos y, para conseguirlo, se utilizarán todas las estrategias. Una, por ejemplo: negarles el pleno derecho a la salud. La reforma de la Ley de Extranjería implica que los cerca de 500.000 inmigrantes residentes de manera irregular en España no podrán utilizar una gran parte de los servicios del Sistema Nacional de Salud.

Este ataque explícito a uno de los derechos humanos fundamentales, bajo forma de restricción de acceso a la sanidad pública, también conlleva, implícito, el mensaje de que los problemas de la sanidad pública provienen del despilfarro provocado por el abuso de los inmigrantes. Pero no son los inmigrantes quienes han destruido el Estado del Bienestar, al contrario, vinieron para contribuir con su esfuerzo a mantenerlo y para gozar de sus frutos, no son los inmigrantes quienes han despedazado un tejido social parecido al que describe Dickens en sus novelas.

Nada nuevo, la demagogia populista de nuestros gobernantes repetirá las mentiras de siempre antes que reconocer que los inmigrantes y los autóctonos somos por iguales víctimas de las políticas neoliberales, de la falta de seriedad y la incompetencia de los políticos profesionales, de la ambición desmesurada de la gran industria y de la desvergüenza de banqueros y especuladores financieros.


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