El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


viernes, 18 de septiembre de 2015

CINCO SUEÑOS DE UNA MISMA NOCHE (2015)



Roser López Monsò, fotografía de Xavier Juanhuix


Pío Baroja publicó en 1946, pasados los setenta años, El Hotel del Cisne, un libro extraño que debía concluir Días aciagos, una trilogía que nunca llegó a completar que recoge notas biográficas de personajes crepusculares, historias de criminales y verdugos, impresiones de las calles de París en un tiempo sombrío, perfiles de acróbatas y payasos, y sueños, muchos de los sueños de su protagonista, Procopio Pagani. Febriles, tristes, más o menos absurdos y más o menos enigmáticos, aparentemente extraordinarios mientras permanecían en la memoria, pero siempre vulgares cuando se fijaban en papel, según refiere el propio autor. Páginas mustias de una vida mediocre…

Sueños. Algunos se desvanecen en nuestra memoria antes de despertar, otros se disipan en el caudal de la vida corriente, y unos pocos, quizá unos pocos fragmentos, perduran imborrables.

Yo mismo conservo presentes algunos fotogramas y secuencias de sueños de hace más de cincuenta años.

Nunca había pensado en dejar constancia de algunos de mis sueños hasta el despertar del día 13 de septiembre de 2015. Estos son:


Encuentro con una amiga artificial

Entro en el bar de Amics de les Arts. Es de noche y las lámparas brillan cálidas sobre una multitud abigarrada. En una mesa amplia veo a Roser junto a un grupo de gente que espera para ir de excursión.

Tiene un aspecto magnífico, la piel sonrosada, los labios colorados, los ojos brillantes. Me sonríe.

Me aproximo y le pregunto con la mirada cómo es que está de nuevo aquí. Me responde que vive en un cuerpo artificial, que es ella otra vez, pero trasplantada a un cuerpo artificial, que está esperando un hijo y que volverá a darme obras para exponer.

—¿Pero será realmente obra tuya o será una obra… artificial?

Todo el grupo con el que está se levanta y se dirige de manera apresurada al autobús en marcha que espera en la puerta de Amics.

Me responde desde lejos y no oigo su respuesta.

Mientras camino por la calle, no pienso en lo extraño de su renacimiento, sino en si la obra que me ha prometido será suya… o cómo la suya, pero no.


En una oficina de correos

Entro en la oficina de correos. Arrastro con dificultad tres cajas repletas de cartas y dos con diversos tipos de comestibles mientras aguanto una cartera llena de documentos.

Una máquina que se asemeja a una fuente pública situada en medio del vestíbulo arroja desde lo alto una cascada de cintas con boletos de turno.

Al cabo de un rato haciendo cola, las pantallas que exhiben los números de turno enloquecen y todo el mundo rompe filas y se arroja en desorden hacia los mostradores.

Cuando consigo que me atiendan la oficina ha quedado desierta. Le pido al funcionario —un caballero barbudo, elegante y encorbatado— el número exacto de sellos que necesito y le comento que yo mismo los engancharé.

Me contesta que no puede ser, que tienen demasiado trabajo para franquear tantas cartas y me entrega un documento que me indica el día y la hora en que me atenderán.

—Perdone, ya le he dicho que yo mismo me encargaré de pegar los sellos.
—No sea usted absurdo. Vuelva con el correo en la fecha que se le indica.
—Pero no ve que voy muy cargado. Vivo lejos, no conduzco, me va costar mucho llegar a casa con estas cajas que abultan tanto…
—Si quiere —me interrumpe—, le puedo dar una caja de mayor tamaño e introduce las otras dentro.
—¡Una caja más grande! ¡Pero no ve que aún me va a ser más difícil transportarla hasta mi casa!

Deja de atenderme, se da la vuelta y se dedica a ordenar papeles en su mesa de despacho.

Permanezco en mi sitio, confuso, sin saber qué hacer, con la mente en blanco.


El examen

Estoy esperando en el andén de la estación de los ferrocarriles que conducen a Barcelona junto a centenares de jóvenes estudiantes.

Tengo un examen, el último de la última asignatura de la carrera, Historia de la Medicina, y es su última convocatoria.

Por un pasillo aparece un hombre  vestido con ropas rústicas, el cabello blanco, la tez curtida y las manos ásperas. Le reconozco, es alguien muy importante para mí, un héroe.

Le saludo de lejos, me acerco a él, nos estrechamos las manos con afecto y, sin necesidad de intercambiar ni una palabra, le ayudo a transportar los bultos que lleva hasta un ascensor.

Cuando se cierran las puertas, me giro y veo que el andén está vacío.

¡Mi tren ha pasado y ya nunca podré acabar la carrera!

Después de unos momentos de desesperación, pienso que quizá cuando me jubile podré reanudar los estudios, que aunque haya cambiado el plan me convalidarán unas cuantas asignaturas, pero… ¿aceptarán a un alumno tan viejo en las aulas de la Facultad de Medicina?

Me preocupa que cuando muera, si no se encuentra el título entre mis papeles, todos digan que he sido un farsante.


Mi amiga se convierte en pájaro

Camino  por el Raval de Montserrat acompañado de Roser. Nos encontramos con Maite y Lluís. Lluís ve que llevo en una caja de cartón una extraña máquina reproductora y unas cintas de audio, Lluís las reconoce como suyas y me pide que se las devuelva.

Le pido que me deje quedarme con una de las cintas en la que grabé la voz de una persona que está muerta.

La persona muerta es Roser, pero no me atrevo a decirles que ha resucitado, para que no me lo discutan y me digan que es imposible.

Mientras busco la cinta en la caja, sin encontrarla, Roser se ha ido alejando por la calle de la Goleta.

Corro tras ella, llamándola a voces, pero ni se detiene ni la alcanzo. Al llegar a la Rambla su figura va empequeñeciéndose hasta convertirse en un pajarito de alas negras que marcha volando y que pierdo de vista.


Confrontación

Camino Rambla arriba y oigo una multitud que se acerca y canturrea unas consignas como si fuera una única voz.

Una masa compacta y ordenada de hombres vestidos de blanco, barbudos, morenos, avanza a paso ligero con una actitud inequívocamente marcial. Cuando pasan las primeras filas veo que les sigue un tropel cada vez más desordenado de mujeres con chilabas y chiquillería con uniforme escolar. A algunos me parece reconocerlos como alumnos de mi escuela.

Cuando giran hacia la derecha por la calle Gutemberg, unos adolescentes que están a mi alrededor, en la puerta del bar Los Salvadores, se regodean anticipando la pelea que saben que se va a producir cuando la columna en marcha llegue a la plaza del Progreso y choque de manera inevitable con un grupo contrario que les espera emboscado.

Al pensar en la batalla inminente, en la que se verán involucrados esos inocentes, me invade una angustia que me paraliza y me dificulta la respiración.

No puedo moverme, no puedo hablar, la angustia me domina.


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