El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


miércoles, 20 de junio de 2012

LA CASA DEL MUERTO (2012)


«Un loco» (circa 1810), Francisco de Goya.


Las noches de verano, de madrugada, se oían los gritos de la madre. Insultos, reproches, meros bramidos… Una disputa antigua, un conflicto de familia enquistado desde alguna herencia desafortunada, una conflagración demasiado intensa para ser un simple enfrentamiento entre vecinos.
La casa parecía la causa del problema. «¡La barraca, la barraca, hijadeputa, la barraca, ahora quiere la barraca», chillaba y el viento llevaba su voz hasta los confines del barrio. 
Pero… ¿qué barraca?

Primero murió el padre. Un gigante viejo y silencioso al que había visto algunas noches, deslizándose, pegado a las fachadas de las casas. Murió… o desapareció, ¿quién sabe? En todo caso, la madre, libre de las obligaciones domésticas, empezó a frecuentar la calle. Desencadenada su locuacidad, desparramaba sus reivindicaciones entre los transeúntes que la esquivaban sin mirarla siquiera al rostro.
Fue entonces cuando el hijo, triste y bovino, empezó a volver tarde a casa, de madrugada, ebrio, vacilante.
Un día nos dimos cuenta que también había desaparecido la madre, pero el hijo siguió volviendo de madrugada, ya totalmente borracho, tropezando con los árboles, cayendo de bruces, en silencio.
Nunca había sido gran cosa, le conocía de vista desde que éramos adolescentes. Las muchachas del Centro comentaban entre risas sus mil y una rarezas, pero sólo recuerdo de forma imprecisa que explicaban como sus enormes bocadillos estaban rellenos de un revoltillo inverosímil de restos. 
Jamás oí su voz.

La casa es insólita, algo así como una excrecencia surgida en un costado del edificio principal, un primer piso minúsculo con entrada por un patio extraño, como un patio de luces que colindara con la calle. El resto del edificio siempre me ha parecido deshabitado aunque aún ahora, a veces, de noche, se filtran una luz ténue por las rendijas de las persianas. La puerta principal, siempre cerrada, tiene marcas de fuego y humo que nadie se ha preocupado en eliminar desde que alcanza mi recuerdo.

Un día, una ambulancia y tres o cuatro coches de policía se estacionaron ante la casa. En el barrio se dijo que lo habían encontrado muerto. Sí, hacía días que había observado un enjambre de moscas entrando y saliendo por la ventana abierta de su habitación, lo había intuido.
Desde entonces la casa permanece abandonada y desde la calle, por la ventana abierta, se ve una bombilla sin lámpara colgando del techo. Solitaria.



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