El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


martes, 19 de junio de 2012

HUELLAS DE GATA TATUADAS (2012)


Cabeza de maniquí en una calle de Fukushima, cuatro días después del tsunami del 11 de marzo de  2011 (Fotografía de Wally Santana).




huellas de gata Tatuadas

Es una adolescente, pero tiene ya el cuerpo y la presencia de una mujer adulta aunque luzca tatuadas tres minúsculas huellas de gata sobre sus tobillos aún de niña.
No he vuelto a verla desde que acabaron los días de escuela. Cada mañana coincidíamos, unos minutos en la parada y unos cuantos más minutos en el trayecto. Su viaje acababa en el centro; yo continuaba, ya taciturno, hasta un barrio en el extremo opuesto de la ciudad.
Aparecía por la bocacalle más cercana, cruzaba la avenida, se aproximaba, siempre con un cigarrillo encendido en la mano, con su cabellera rojiza y una mirada como arrogante que no concordaba con la dulzura de su voz.
La miraba con disimulo apoyado en un árbol o medio resguardado tras la pared transparente de la marquesina. Durante el trayecto, si la suerte me era favorable, nos sentábamos frente a frente, sus rodillas rozando mis rodillas, su corazón palpitante insuflando sin saberlo una frescura alegre en el mío.  
¿Qué deseo de ella? Contemplarla, nada más que eso; o, mejor aún, haber podido mirarla a los ojos sin tener que esconder la mirada. Y a través de ellos, respirar su vivacidad, absorber la energía que irradia.

Y ella, ¿cómo ha debido verme durante todo este tiempo? ¿Cómo un hombre insignificante al que no debe tener en cuenta? ¿Cómo un viejo triste que espía a la mujeres de reojo? Sin embargo, ni siquiera eso soy. Acaso un cadáver flotante, un ahogado que gira y gira en un remolino hediondo del río de la vida.

Ahora, mientras me desplazo en el autobús vacío, la imagino de aquí a treinta años, subiendo a un autobús como este, camino de su trabajo.
La veo dando los buenos días tras la caja de un supermercado, velando bebes en un parvulario o domeñando adolescentes de bachillerato, atendiendo el teléfono mientras teclea en el ordenador o mordiéndose las uñas en la cola del paro, girando y girando en un remolino lento y viscoso del río de la vida.
¡Pobre muchacha! La mirada cansina, los dientes manchados, los hombros caídos, el vientre inflado, las piernas cubiertas de hiedra envenenada, los tobillos hinchados con las tres minúsculas huellas de gata desdibujadas…


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