El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


domingo, 17 de junio de 2012

ROPA VIEJA (2012)



Quinto Congreso de la CNT, 1979


Allí vivió Padilla, en esa esquina, en una de aquellas típicas casas baratas. No era suya, no, él no tenía nada propio, aparte de un poco de ropa vieja.
Entonces no había avenida, sino dos calles estrechas y solitarias separadas por las vías del tren. Aquí, en esta otra esquina, había un bar y, ya fuera verano o invierno, siempre había un policía vigilando desde la barra y aún así…
Qué pocos le recuerdan ahora. Mientras otros se instalaban cómodamente en Toulouse y se peleaban por convertirse en paradigmas de la fidelidad a los principios, él volvió al interior en cuanto pudo, a la lucha verdadera.
La lucha en el taller, en las calles, en el frente, en la resistencia… contra el capataz, contra la policía, contra los pistoleros de la patronal, contra el ejército rebelde, contra las tropas de ocupación alemanas y de nuevo contra la policía, contra todos los enemigos de la humanidad doliente, contra toda injusticia que pudiera sufrir cualquiera de sus semejantes.

Se instaló en una ciudad lejana, donde no pudieran reconocerlo. Así pasó unos meses hasta que, de manera inevitable, perdió la libertad, y con ella también a una compañera cansada de esperarle y a un hijo que casi no conocía y que necesitaba un padre cercano y protector. ¿Podría decir sin temor a parecer vejatorio que, al fin, Padilla quedó a solas con su verdadera pasión? Quizá. ¿Por qué debe extrañarnos que alguien se deje guiar por un sentimiento ancestral? Tal vez seamos nosotros los extraños cuando aceptamos que todo se reduzca a la forma de vida que nos ha sido impuesta.

Al cabo de unos años, al salir de la cárcel, volvió a Grisalla y su casa se convirtió en un lugar de referencia tanto para los pocos que aún se atrevían a intentar plantar cara al régimen, como para los emisarios que llegaban de Francia, pero también para los odiosos miembros de la Secreta.
Y pasaron años y más años, entregado a la causa, moviendo los hilos, urdiendo la trama, y volvieron tiempos de relativa libertad y, de repente, se encontró en el centro de una vorágine de viejos y nuevos compañeros, algunos dispuestos a servir y otros a medrar en una organización de crecía de forma desmesurada y parecía convertirse de nuevo en una fuerza poderosa.
Pero estorbaba, sí. ¿Erraron quienes afirmaban que no sabía adaptarse a la democracia, que ya no era el hombre adecuado para encabezar la organización, que sólo sabía actuar en la clandestinidad? Quizá no, pero… ¿por qué hubieron de recurrir también a la calumnia?

Ahora, en el lugar donde conocí a Padilla, se levanta un bloque de pisos que ocupa el espacio de cinco o seis de aquellas casas, y justo dónde estaba la habitación en la que le encontraron muerto una madrugada de hace treinta años, hay ahora la entrada del aparcamiento de un centro comercial cercano.
Si cierro los ojos, aún le veo. Como la última vez, viene caminando hacia mí por la vieja calle polvorienta con los brazos cruzados sobre el pecho, la mirada enérgica y una media sonrisa amarga en el rostro.

Los coches entran y salen, y los conductores tienen impreso en sus caras el gesto de cansancio propio de quienes sufren un mundo en el que se vive deprisa, demasiado deprisa, en el que las vidas enloquecen y giran y giran, encerradas en una ruta circular que no lleva a ningún destino. Si se detuvieran, acostumbrados como están a esa rutina, les asfixiaría el gran vértigo. Si dejara de pensar, no es un ningún secreto, escucharía los latidos de su angustia reptando entre jirones de soledad.


1 comentario:

  1. En aquest cas, la figura del protagonista està basada de forma bastant fidel en una persona real, el llibertari terrassenc Josep Padilla i Boloix, "Padilla".

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