El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


miércoles, 27 de junio de 2012

TRAYECTO Y PROCESO (2012)



Detalle de la obra Consuming Desire (2012), Michele del Campo. 

Era un joven alto y seguro de sí mismo. Algo mayor que el resto de los muchachos y muchachas que escuchaban embelesados sus historias de ácidos regalados a cientos en salas de concierto holandesas, de orgías rituales en santuarios hippies de las islas griegas, de visitas a Dalí en Port Lligat…

Trazaba garabatos en cartulinas viejas, a veces abombadas por la humedad, otras extrañamente trapezoidales, nunca impolutas y regulares. Casas de pescadores hacinadas al borde de un mar siempre liso, masas vegetales confusas, aludes de nubarrones oscuros, vagas figuras antropomórficas…  Los rellenaba de color con cuatro trazos de acuarela o de rotuladores escolares y los vendía con facilidad, casi siempre a mujeres cercanas a la cuarentena: propietarias de tiendas de moda juvenil o de futilidades y minucias, esposas de abogados, médicos y arquitectos.

Los viejos pintores le ignoraban a conciencia, molestos porque su éxito los privaba de la admiración de la juventud que frecuentaba el bar del ateneo. Él les devolvía la misma moneda, pero no era por maldad u orgullo, era algo espontáneo, propio de su naturaleza egocéntrica.

Cuando mediaban los setenta, comprendió que podía vivir del arte, pero que para ello debía completar su formación. Un día me invitó a visitar su taller y allí descubrí unos esbozos de anatomía humana hechos a partir de historietas de Chester Gould, ni lo ocultaba ni me lo negó. Su conversación, como siempre, me pareció aburrida e intranscendente, pero sus intereses empezaban a ser distintos. Ensayaba nuevos temas en acrílicos y oleos, perseguía la atención de los críticos, buscaba un marchante que le comprendiera.

Pasaban los años. Dejamos de tratarnos. Cambió los ácidos y las orgías por la cerveza y las comilonas. Los viajes por Europa por las visitas a los bajos fondos de Barcelona.

Su séquito fue desapareciendo bajo el paso destructor de los horarios regulares, del cuidado de los hijos, de las obligaciones profesionales. Las nuevas generaciones lo ignoraban y se sintió solo.

Las mujeres maduras se convirtieron abuelas y renunciaron a realizar con él sus fantasías. Buscó una compañera fija, con un oficio que le garantizara una relativa estabilidad económica.

El descrédito cayó sobre la pintura, el concepto se impuso a la concreción. La burguesía dejó de apreciar los oropeles que proporcionaban las visitas a la ópera o la exhibición de óleos en sus comedores y despachos. Pero a él no le quedó más remedio que ir probando cosas nuevas...

Abandonó Grisalla para refugiarse en un pueblecito de interior cercano a la Costa Brava. Expuso en galerías frecuentadas por turistas con intereses culturales. Un caleidoscopio comprado en un mercadillo se convirtió en una inagotable fuente de inspiración y en el origen de sus modestos ingresos. Murió un día, de repente, sin dejar casi nada que justifique mi recuerdo.

Reconozco que hubo un momento en que realizó una obra que me atrajo antes de perderse a sí mismo en la creación de pinturas coloridas y ornamentales. Una serie de cuadros cercanos por azar al expresionismo abstracto: sábanas sucias y arrugadas, ropa interior amontonada sobre almohadas amarillentas, manchas de semen y otras secreciones corporales, salpicones de comida grasienta y vino tinto. Su corazón al desnudo.



1 comentario:

  1. Agradezco a Michele del Campo que me haya permitido reproducir la fotografía en la que se le ve trabajando en "Consuming Desire".

    Por descontado, nada tiene que ver Michele del Campo con el artista de mi ficción.

    http://micheledelcampo.wordpress.com/

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