¿¡EL AZÚCAR ADELGAZA!?
Hace 2500
años, Hipócrates de Cos, a quien algunos llaman «el padre de la medicina»,
expuso que la alimentación tiene una influencia decisiva en la salud: «Que tu alimento
sea tu medicamento y que tu medicamento sea tu alimento».
Eso no solo lo sabe ya cualquier persona de nuestro tiempo,
sino que además dispone de suficiente información para conocer cuáles son las pautas dietéticas más
apropiadas para alcanzar un estado de salud adecuado… y cuáles son las que
conducen a un estado de malestar físico y mental.
Existen alimentos poco saludables (a no ser que se consuman en cantidades muy pequeñas) y hay un cierto consenso sobre cuáles
son: el azúcar refinado, la sal de mesa sódica, las grasas animales… El azúcar se
considera el más dañino y su consumo se relaciona con el aumento de riesgo de
caries, enfermedades cardiovasculares, descalcificación, diabetes, obesidad,
cáncer de páncreas, hiperactividad y alzheimer, sin que pueda aducirse que el nutriente
que aporta suponga un contrapeso positivo suficiente frente a su enorme
cantidad de efectos negativos.
En las últimas décadas, la
frecuencia con que aparecen en los medios de comunicación informaciones
sobre los peligros del azúcar, junto a la generalización de las normativas sobre el
etiquetado de los alimentos y la información
que debe contener, no pueden haber dejado indiferentes a los fabricantes de golosinas. Debían contraatacar antes de que en los envases de
comida basura aparezcan mensajes como «Las autoridades sanitarias advierten que comer
azúcar refinado perjudica seriamente la salud», acompañados de imágenes de hombres
obesos, enfermizos y desdentados.
Una de sus armas, nada nueva, es la publicidad engañosa, sin
duda siempre muy eficaz en la tarea de condicionar al consumidor, especialmente
el infantil, pero existen otros recursos más insidiosos. ¿Un ejemplo? Aquí
tenéis uno. En 2011 un equipo de
investigación formado por profesores de la Louisiana State University y del
Baylor College of Medicine llegó a la conclusión que los niños que comen
regularmente caramelos tienden a pesar menos que los niños que no lo hacen… en un estudio asesorado por
un ex alto directivo de Kellog's y cofinanciado
por la Asociación Nacional de Confiteros de los EEUU.
Me objetaréis: «¿El azúcar adelgaza? ¿Pretenden confundirnos? ¿Cómo
va a creerse alguien eso? Es absurdo». Sí, es tan absurdo como absurda era la
defensa pública de la inocuidad del tabaco que, hasta debe hacer unos veinte
años, realizaban algunos médicos —sin que se les cayera la cara de vergüenza— y
que algunos fumadores esgrimían como excusa para no luchar contra su adicción.
Después de advertir la reiteración de este tipo de
complicidades entre empresas e investigadores, uno no pierde la confianza en el
método científico, pero en los científicos… sí, en los científicos, sí que uno
la ha medio perdido. ¿Cómo discernir cuándo afirman algo con fundamento y
cuándo lo hacen por dinero?
Así que cuando hace poco un
centenar de premios Nobel firmaron una carta en defensa de los alimentos
transgénicos y contra Greenpeace, tildándola implícitamente de organización que
comete crímenes contra la humanidad, lo primero que me pasó por la cabeza fue:
«¿Cuántos de estos deben estar en deuda con Monsanto o con alguna otra empresa
productora de semillas transgénicas?».
¿Malpensado? Quizá, pero… en
dos ocasiones la justicia de los EEUU ha condenado a científicos corruptos que
falsificaron los resultados de las pruebas realizadas en laboratorios de
investigación para estudiar los efectos del glifosato, un peligroso herbicida
fabricado por Monsanto que no actúa sobre los vegetales transgénicos que ellos
mismos comercializan precisamente porque los han modificado para que no les
afecte.
En el tema de los
transgénicos y de los herbicidas que los complementan —como en todo lo que se refiera a alimentos o
fármacos—, debería actuarse con muchísima precaución. No pueden admitirse decisiones
irresponsables o precipitadas que puedan poner en peligro la salud de
centenares de millones de personas.
Una irresponsabilidad como
la que durante los años 50 y 60, se produjo al comercializar un fármaco llamado
talidomida sin estar suficientemente testado. ¿Conocéis o recordáis la tragedia
que provocó la talidomida? Era un sedante especialmente concebido para el
bienestar de las mujeres embarazadas que provocó que en todo el mundo nacieran miles
de bebés con malformaciones gravísimas e irreversibles y que los miles de
madres que confiaron en la multinacional farmacéutica Grünenthal GmbH hayan
acarreado desde entonces un sentimiento de culpa del que solo las podrá liberar
la muerte.
Claus Knapp, uno de los dos
pediatras que investigaron y denunciaron en Alemania el efecto dañino del fármaco,
recordaba no hace mucho como reaccionó Grünenthal GmbH: «Hicieron congresos,
reuniones, llamaron a la prensa para que nos descalificase». En los Estados Unidos fue la farmacóloga Frances
Oldham Kelsey quien desde su cargo en la Food and Drug Administration luchó
contra la distribución del medicamento y exigió más estudios pese al argumento
de Grünenthal GmbH de que su uso había
sido aprobado por los gobiernos de más cuarenta países europeos y africanos. Afortunadamente,
siempre hay personas que se mantienen fieles a su compromiso ético.
Por cierto, hablando de ética, ¿a qué esperan ese centenar de
premios Nobel para firmar una carta calificando de criminal la actitud de Monsanto
cuando aseguró que el glisofato que comercializan como herbicida es biodegradable
e inocuo para los animales domésticos y los niños cuando en realidad no es
biodegradable y según la OMS es
probablemente cancerígeno?
Jordi
F. Fernández Figueras
Traducció d'un text publicat a Malarrassa, octubre de 2016
Traducció d'un text publicat a Malarrassa, octubre de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario