El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


miércoles, 12 de octubre de 2016

¿¡EL AZÚCAR ADELGAZA!? (2016)






¿¡EL AZÚCAR ADELGAZA!?


Hace 2500 años, Hipócrates de Cos, a quien algunos llaman «el padre de la medicina», expuso que la alimentación tiene una influencia decisiva en la salud: «Que tu alimento sea tu medicamento y que tu medicamento sea tu alimento».

Eso no solo lo sabe ya cualquier persona de nuestro tiempo, sino que además dispone de suficiente información para conocer cuáles son las pautas dietéticas más apropiadas para alcanzar un estado de salud adecuado… y cuáles son las que conducen a un estado de malestar físico y mental.

Existen alimentos poco saludables (a no ser que se consuman en cantidades muy pequeñas) y hay un cierto consenso sobre cuáles son: el azúcar refinado, la sal de mesa sódica, las grasas animales… El azúcar se considera el más dañino y su consumo se relaciona con el aumento de riesgo de caries, enfermedades cardiovasculares, descalcificación, diabetes, obesidad, cáncer de páncreas, hiperactividad y alzheimer, sin que pueda aducirse que el nutriente que aporta suponga un contrapeso positivo suficiente frente a su enorme cantidad de efectos negativos.

En las últimas décadas, la frecuencia con que aparecen en los medios de comunicación informaciones sobre los peligros del azúcar, junto a la generalización de las normativas sobre el etiquetado de los alimentos y la información que debe contener, no pueden haber dejado indiferentes a los fabricantes de golosinas. Debían contraatacar antes de que en los envases de comida basura aparezcan mensajes como «Las autoridades sanitarias advierten que comer azúcar refinado perjudica seriamente la salud», acompañados de imágenes de hombres obesos, enfermizos y desdentados.


Una de sus armas, nada nueva, es la publicidad engañosa, sin duda siempre muy eficaz en la tarea de condicionar al consumidor, especialmente el infantil, pero existen otros recursos más insidiosos. ¿Un ejemplo? Aquí tenéis uno. En 2011 un equipo de investigación formado por profesores de la Louisiana State University y del Baylor College of Medicine llegó a la conclusión que los niños que comen regularmente caramelos tienden a pesar menos que los niños que no lo hacen… en un estudio asesorado por un ex alto directivo de Kellog's y cofinanciado por la Asociación Nacional de Confiteros de los EEUU.

Me objetaréis: «¿El azúcar adelgaza? ¿Pretenden confundirnos? ¿Cómo va a creerse alguien eso? Es absurdo». Sí, es tan absurdo como absurda era la defensa pública de la inocuidad del tabaco que, hasta debe hacer unos veinte años, realizaban algunos médicos —sin que se les cayera la cara de vergüenza— y que algunos fumadores esgrimían como excusa para no luchar contra su adicción.

Después de advertir la reiteración de este tipo de complicidades entre empresas e investigadores, uno no pierde la confianza en el método científico, pero en los científicos… sí, en los científicos, sí que uno la ha medio perdido. ¿Cómo discernir cuándo afirman algo con fundamento y cuándo lo hacen por dinero?

Así que cuando hace poco un centenar de premios Nobel firmaron una carta en defensa de los alimentos transgénicos y contra Greenpeace, tildándola implícitamente de organización que comete crímenes contra la humanidad, lo primero que me pasó por la cabeza fue: «¿Cuántos de estos deben estar en deuda con Monsanto o con alguna otra empresa productora de semillas transgénicas?».

¿Malpensado? Quizá, pero… en dos ocasiones la justicia de los EEUU ha condenado a científicos corruptos que falsificaron los resultados de las pruebas realizadas en laboratorios de investigación para estudiar los efectos del glifosato, un peligroso herbicida fabricado por Monsanto que no actúa sobre los vegetales transgénicos que ellos mismos comercializan precisamente porque los han modificado para que no les afecte.

En el tema de los transgénicos y de los herbicidas que los complementan  —como en todo lo que se refiera a alimentos o fármacos—, debería actuarse con muchísima precaución. No pueden admitirse decisiones irresponsables o precipitadas que puedan poner en peligro la salud de centenares de millones de personas.

Una irresponsabilidad como la que durante los años 50 y 60, se produjo al comercializar un fármaco llamado talidomida sin estar suficientemente testado. ¿Conocéis o recordáis la tragedia que provocó la talidomida? Era un sedante especialmente concebido para el bienestar de las mujeres embarazadas que provocó que en todo el mundo nacieran miles de bebés con malformaciones gravísimas e irreversibles y que los miles de madres que confiaron en la multinacional farmacéutica Grünenthal GmbH hayan acarreado desde entonces un sentimiento de culpa del que solo las podrá liberar la muerte.

Claus Knapp, uno de los dos pediatras que investigaron y denunciaron en Alemania el efecto dañino del fármaco, recordaba no hace mucho como reaccionó Grünenthal GmbH: «Hicieron congresos, reuniones, llamaron a la prensa para que nos descalificase». En los Estados Unidos fue la farmacóloga Frances Oldham Kelsey quien desde su cargo en la Food and Drug Administration luchó contra la distribución del medicamento y exigió más estudios pese al argumento de Grünenthal GmbH de que su uso había sido aprobado por los gobiernos de más cuarenta países europeos y africanos. Afortunadamente, siempre hay personas que se mantienen fieles a su compromiso ético.

Por cierto, hablando de ética, ¿a qué esperan ese centenar de premios Nobel para firmar una carta calificando de criminal la actitud de Monsanto cuando aseguró que el glisofato que comercializan como herbicida es biodegradable e inocuo para los animales domésticos y los niños cuando en realidad no es biodegradable y según la OMS es probablemente cancerígeno?

Jordi F. Fernández Figueras
Traducció d'un text publicat a Malarrassa, octubre de 2016


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