El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


jueves, 14 de octubre de 2010

MALA MEMORIA SELECTIVA EN TERRASSA - I (2005)





La lectura de diversas obras de Eliseo Reclus, durante mi infancia, me predispuso a favor del sentimiento libertario y unos años más tarde, en la adolescencia, unas escasas referencias en revistas y algún testimonio oral llegado a mis oídos a través de algunos compañeros de escuela me hicieron descubrir con admiración la existencia del anarcosindicalismo y de sus abnegados militantes. Con estos antecedentes, a los que se sumó el fulgor de los diversos sesentayochos, no es de extrañar que, como tantos jóvenes de mi generación, me pusiera en contacto con las gentes de la CNT en Terrassa en cuanto averigué cómo localizarlos. 
Sin olvidar ni a Josep Prat ni a Santi Abad —ambos encarcelados en 1957 junto a otros compañeros y compañeras de Terrassa—, quien más me impresionó entre los veteranos fue Josep Padilla. Nació en Terrassa en el año 1909, en el seno de una familia muy pobre y analfabeta. Fue un hombre que siempre vivió con una gran sencillez, siguiendo los cánones del naturismo, y que se preocupó por alcanzar una buena formación cultural, destacando sobre todo en el juego del ajedrez.
 Padilla, según me refirieron otros militantes veteranos, había sido un gran organizador durante los años de la monarquía y de la república y un verdadero puntal durante los años de la dictadura franquista, tanto para la organización en el exilio como en el interior. Al iniciarse la guerra desempeñaba a la vez los cargos de secretario de la Federación Local y de la Federación Comarcal. Unos meses después marchó al frente, y se incorporó a la Columna Durruti.

Josep Padilla i Boloix, hacia finales de la década de los sesenta, jugando una partida en el Club d'Escacs Terrassa. La mesa tablero en la que juega es una de las que actualmente se encuentran en el café bar de Amics de les Arts i Joventuts Musicals.
En el exilio participó en la resistencia contra el nazismo, y en 1946 volvió clandestinamente a España para participar en la todavía intensa actividad sindical cenetista. Fue detenido en 1947 en Barcelona y condenado a veinte años de prisión, aunque consiguió la libertad en 1952. En 1957 fue encarcelado de nuevo, junto a los mencionados Prat, Abad y otros.
En 1976 fue elegido secretario del Comité Regional de la CNT de Catalunya, pero dimitió al ver su gestión imposibilitada por las luchas entre las diferentes facciones que intentaban controlar la organización. Militó en la Federación Local de Terrassa hasta su muerte, en 1980.
En la casa de Padilla, simpatizante de la línea «federiquista», conocí a Josep Roig, residente en Francia y militante en la tendencia Frente Libertario. Los dos mantenían una relación fraternal, pese a sus diferencias ideológicas.
Roig —con quien mantuve una gran amistad— era aún más reservado para sus cosas que Padilla, pero gracias a un testimonio ajeno me enteré que había sido uno de los militantes más arrojados de las Juventudes Libertarias de Terrassa y que durante la guerra se había destacado en los momentos más difíciles de la 26 División (anteriormente Columna Durruti). También descubrí que durante tres décadas había vivido bajo una identidad falsa, Antonio Millera, y que, gracias a ella, había realizado arriesgados viajes al interior. Una enorme cicatriz que le cruzaba el pecho era el recuerdo del tremendo bayonetazo que le propinó un soldado en una escaramuza entre una patrulla del ejército alemán y un grupo de combatientes antifascistas.
Gracias a Padilla también conocí a los tarrasenses Francesc Sabat y a Josep Marimon. Sabat, residente en Venezuela, fue uno de los impulsores de la Comisión de Relaciones y Solidaridad de Terrassa CNT, una entidad que desde 1945 mantuvo el contacto entre los afiliados de Terrassa dispersos por medio mundo; que daba apoyo económico a aquellos que lo necesitaban; y que jamás expulso o marginó a nadie por cuestiones ideológicas. Sabat fue el autor del libro Los anarcosindicalistas tarrasenses en el exilio (1979).
Marimon, que fue militante del POUM y también un activo afiliado cenetista, publicó en Francia el libroLes classes socials a Catalunya en el decurs de l’era industrial (1971), un estudio riguroso y accesible en el que analizaba el comportamiento de las clases sociales en Cataluña desde mediados del siglo XVIII hasta 1939. También participó, entre 1959 y 1968, en algunos de los numerosos certámenes de narrativa y ensayo en lengua catalana celebrados en el exilio, y fue galardonado en numerosas ocasiones.

Josep Marimon i Cairol, obrero e intelectual, hacia 1936, poco antes de convertirse en presidente de Amics de les Arts.
Sabat me puso en contacto con Joan Campà, que había ejercido como maestro racionalista en Terrassa, donde sus exalumnos le recuerdan aún con veneración. Campà, seguidor de las directrices pedagógicas impulsadas por Joan Puig Elias y Emilia Roca Cufí, estaba considerado como una autoridad pedagógica en Venezuela, país donde dirigía la prestigiosa revista Andiep y era consultado sistemáticamente por el Ministerio de Educación.
Padilla y Sabat también me refirieron algunos hechos relacionados con compañeros que ya eran mayores cuando ellos era jóvenes, como Martín Bruno, Valentí Noguera y Julián Abad, el Viejo o el Poca Roba, militantes hasta el último minuto de sus vidas. Marimon me habló de otros revolucionarios aún más antiguos, casi legendarios, gentes del siglo XIX, así como de su empeño infructuoso por encontrar la confirmación del paso de Bakunin por Terrassa.

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