La lectura de diversas obras de Eliseo Reclus,
durante mi infancia, me predispuso a favor del sentimiento libertario y unos
años más tarde, en la adolescencia, unas escasas referencias en revistas y
algún testimonio oral llegado a mis oídos a través de algunos compañeros de
escuela me hicieron descubrir con admiración la existencia del
anarcosindicalismo y de sus abnegados militantes. Con estos antecedentes, a los
que se sumó el fulgor de los diversos sesentayochos, no es de extrañar que,
como tantos jóvenes de mi generación, me pusiera en contacto con las gentes de
la CNT en Terrassa en cuanto averigué cómo localizarlos.
Sin olvidar ni a Josep
Prat ni a Santi Abad —ambos
encarcelados en 1957 junto a otros compañeros y compañeras de Terrassa—, quien
más me impresionó entre los veteranos fue Josep Padilla. Nació en Terrassa en
el año 1909, en el seno de una familia muy pobre y analfabeta. Fue un hombre
que siempre vivió con una gran sencillez, siguiendo los cánones del naturismo,
y que se preocupó por alcanzar una buena formación cultural, destacando sobre
todo en el juego del ajedrez.
Padilla,
según me refirieron otros militantes veteranos, había sido un gran organizador durante
los años de la monarquía y de la república y un verdadero puntal durante los
años de la dictadura franquista, tanto para la organización en el exilio como
en el interior. Al iniciarse la guerra desempeñaba a la vez los cargos de
secretario de la Federación Local y de la Federación Comarcal. Unos meses después
marchó al frente, y se incorporó a la Columna Durruti.
Josep Padilla i Boloix, hacia finales de la década de los sesenta,
jugando una partida en el Club d'Escacs Terrassa. La mesa tablero en la que
juega es una de las que actualmente se encuentran en el café bar de Amics de
les Arts i Joventuts Musicals.
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En el exilio participó en la resistencia
contra el nazismo, y en 1946 volvió clandestinamente a España para participar
en la todavía intensa actividad sindical cenetista. Fue detenido en 1947 en Barcelona
y condenado a veinte años de prisión, aunque consiguió la libertad en 1952. En
1957 fue encarcelado de nuevo, junto a los mencionados Prat, Abad y otros.
En 1976 fue elegido secretario del Comité
Regional de la CNT de Catalunya, pero dimitió al ver su gestión imposibilitada
por las luchas entre las diferentes facciones que intentaban controlar la
organización. Militó en la Federación Local de Terrassa hasta su muerte, en
1980.
En la casa de Padilla, simpatizante de la
línea «federiquista», conocí a Josep Roig, residente en Francia y militante en
la tendencia Frente Libertario. Los dos mantenían una relación fraternal, pese a
sus diferencias ideológicas.
Roig —con quien mantuve una gran amistad— era
aún más reservado para sus cosas que Padilla, pero gracias a un testimonio
ajeno me enteré que había sido uno de los militantes más arrojados de las
Juventudes Libertarias de Terrassa y que durante la guerra se había destacado
en los momentos más difíciles de la 26 División (anteriormente Columna Durruti).
También descubrí que durante tres décadas había vivido bajo una identidad
falsa, Antonio Millera, y que, gracias a ella, había realizado arriesgados
viajes al interior. Una enorme cicatriz que le cruzaba el pecho era el recuerdo
del tremendo bayonetazo que le propinó un soldado en una escaramuza entre una
patrulla del ejército alemán y un grupo de combatientes antifascistas.
Gracias a Padilla también conocí a los
tarrasenses Francesc Sabat y a Josep Marimon. Sabat, residente en Venezuela,
fue uno de los impulsores de la Comisión de Relaciones y Solidaridad de
Terrassa CNT, una entidad que desde 1945 mantuvo el contacto entre los
afiliados de Terrassa dispersos por medio mundo; que daba apoyo económico a
aquellos que lo necesitaban; y que jamás expulso o marginó a nadie por
cuestiones ideológicas. Sabat fue el autor del libro Los anarcosindicalistas
tarrasenses en el exilio (1979).
Marimon, que fue militante del POUM y también
un activo afiliado cenetista, publicó en Francia el libroLes classes socials
a Catalunya en el decurs de l’era industrial (1971), un estudio
riguroso y accesible en el que analizaba el comportamiento de las clases
sociales en Cataluña desde mediados del siglo XVIII hasta 1939. También
participó, entre 1959 y 1968, en algunos de los numerosos certámenes de
narrativa y ensayo en lengua catalana celebrados en el exilio, y fue
galardonado en numerosas ocasiones.
Josep Marimon i Cairol, obrero e intelectual, hacia 1936, poco antes de convertirse en presidente de
Amics de les Arts.
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Sabat me puso en contacto con Joan Campà, que
había ejercido como maestro racionalista en Terrassa, donde sus exalumnos le
recuerdan aún con veneración. Campà, seguidor de las directrices pedagógicas
impulsadas por Joan Puig Elias y Emilia Roca Cufí, estaba considerado como una
autoridad pedagógica en Venezuela, país donde dirigía la prestigiosa revista Andiep
y era consultado sistemáticamente por el Ministerio de Educación.
Padilla y Sabat también me refirieron algunos
hechos relacionados con compañeros que ya eran mayores cuando ellos era
jóvenes, como Martín Bruno, Valentí Noguera y Julián Abad, el Viejo o el
Poca Roba, militantes hasta el último minuto de sus vidas. Marimon me habló
de otros revolucionarios aún más antiguos, casi legendarios, gentes del siglo
XIX, así como de su empeño infructuoso por encontrar la confirmación del paso
de Bakunin por Terrassa.
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